La Oración

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Capítulo 15—El ejemplo de Jesús en la oración

Sigamos el ejemplo de Jesús, iniciando el día con la oración—Jesús recibió sabiduría y poder durante su vida terrenal en las horas de oración solitaria. Sigan los jóvenes su ejemplo y busquen a la hora del amanecer y del crepúsculo un momento de quietud para tener comunión con su Padre celestial. Y durante el día eleven su corazón a Dios. A cada paso que damos en nuestro camino, nos dice: “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha ... no temas, yo te ayudo”. Isaías 41:13. Si nuestros hijos pudieran aprender estas lecciones en el alba de su vida, ¡qué frescura y poder, qué gozo y dulzura se manifestaría en su existencia!—La Educación, 259. Or06 168.1

Las oraciones fervientes de Jesús se contrastan con nuestras oraciones débiles—De Cristo se dice: “Estando en agonía oraba más intensamente”. ¡Qué contraste presentan con esta intercesión de la Majestad celestial las débiles y tibias oraciones que se ofrecen a Dios! Muchos se conforman con el servicio de los labios, y pocos tienen un anhelo sincero, ferviente y afectuoso por Dios.—Testimonios Selectos 3:386. Or06 168.2

Si Jesús, estando en la tierra, debía orar, cuánto más debemos hacerlo nosotros—Cuando Jesús estuvo sobre la tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Les enseñó a presentar a Dios sus necesidades diarias y a echar toda su solicitud sobre él. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían oídas, nos es dada también a nosotros. Or06 168.3

Jesús mismo, cuando habitó entre los hombres, oraba frecuentemente. Nuestro Salvador se identificó con nuestras necesidades y flaquezas, convirtiéndose en un suplicante que imploraba de su Padre nueva provisión de fuerza, para avanzar fortalecido para el deber y la prueba. Él es nuestro ejemplo en todas las cosas. Es un hermano en nuestras debilidades, “tentado en todo así como nosotros”, pero como ser inmaculado, rehuyó el mal; sufrió las luchas y torturas de alma de un mundo de pecado. Como humano, la oración fue para él una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en estar en comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia!—El Camino a Cristo, 93, 94. Or06 169.1

Cristo luchaba en oración ferviente; ofrecía sus súplicas al Padre con fuerte llanto y lágrimas en beneficio de aquellos por cuya salvación él había dejado el cielo, y había venido a esta tierra. Entonces, cuán apropiado, es más, cuán esencial es que los hombres deben orar y no desmayar.—The Review and Herald, 4-1-1890. Or06 169.2

Jesús oraba por fortaleza para soportar las pruebas—Muy pocos siguen su ejemplo en ferviente y frecuente oración a Dios pidiendo fuerzas para soportar las pruebas de esta vida y cumplir sus deberes diarios. Cristo es el Capitán de nuestra salvación, y por sus propios sufrimientos y sacrificio ha dado ejemplo a todos sus seguidores de que la vigilancia y la oración y el esfuerzo perseverante son necesarios de parte de ellos, para representar correctamente el amor que moraba en su pecho por la raza humana caída.—Exaltad a Jesús, 236. Or06 169.3

La fortaleza de Jesús provenía de la oración—La fortaleza de Cristo provenía de la oración. Había tomado sobre sí la humanidad, llevó nuestras enfermedades y se hizo pecado por nosotros. Cristo se retiraba a los huertos o a las montañas, alejándose del mundo y de todo lo demás. Estaba a solas con su Padre. Con fervor intenso derramaba sus súplicas, y ponía todo el poder de su alma en aferrarse de la mano del Infinito. Cuando enfrentaba pruebas nuevas y mayores, se alejaba, buscando la soledad de las montañas, y pasaba la noche entera en oración con su Padre celestial. Or06 169.4

Puesto que Cristo es nuestro ejemplo en todas las cosas, sí imitamos su ejemplo de oración ferviente e insistente al Dios que da poder, en el nombre de quien nunca se rindió ante las tentaciones de Satanás, para poder resistir las asechanzas del enemigo astuto, nunca seremos vencidos por él.—The Youth’s Instructor, 4-1-1873. Or06 170.1

En una vida completamente dedicada al beneficio ajeno, el Salvador hallaba necesario retirarse de los caminos muy transitados y de las muchedumbres que lo seguían día tras día. Debía apartarse de una vida de incesante actividad y contacto con las necesidades humanas, para buscar retraimiento y comunión directa con su Padre. Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto de oración, buscaba fuerza divina, a fin de salir fortalecido para hacer frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de pecado, Jesús soportó luchas y torturas del alma. En la comunión con Dios, podía descargarse de los pesares que lo abrumaban. Allí encontraba consuelo y gozo. Or06 170.2

En Cristo el clamor de la humanidad llegaba al Padre de compasión infinita. Como hombre, suplicaba al trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente celestial que conectaba a la humanidad con la divinidad. Por medio de la comunión continua, recibía vida de Dios a fin de impartirla al mundo. Su experiencia ha de ser la nuestra. Or06 170.3

“Venid vosotros aparte,” nos invita. Si tan sólo escuchásemos su palabra, seríamos más fuertes y más útiles. Los discípulos buscaban a Jesús y le relataban todo; y él los estimulaba e instruía. Si hoy tomásemos tiempo para ir a Jesús y contarle nuestras necesidades, no quedaríamos chasqueados.—El Deseado de Todas las Gentes, 330. Or06 170.4

El Varón de dolores derrama sus súplicas con fuerte clamor y lágrimas. Implora fuerzas para soportar la prueba en favor de la humanidad. El mismo debe establecer nueva comunión con la Omnipotencia, porque únicamente así puede contemplar lo futuro. Y vuelca los anhelos de su corazón en favor de sus discípulos, para que en la hora del poder de las tinieblas no les falte la fe. El rocío cae sobre su cuerpo postrado, pero él no le presta atención. Las espesas sombras de la noche le rodean, pero él no considera su lobreguez.—El Deseado de Todas las Gentes, 388, 389. Or06 170.5

Cuando Jesús fue al desierto, estaba rodeado por la gloria del Padre. Completamente entregado a la comunión con Dios, fue elevado por encima de la debilidad humana. Pero se retiró la gloria y fue dejado para luchar con la tentación. Ella lo oprimió cada momento. Su naturaleza humana rehuía el conflicto que lo aguardaba. Ayunó y oró durante cuarenta días. Débil y extenuado por el hambre, agotado y macilento con agonía mental, “fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. Isaías 52:14. Entonces llegó la oportunidad de Satanás. Entonces éste supuso que podía vencer a Cristo.—Mensajes Selectos 1:266. Or06 171.1

Para el obrero consagrado es una maravillosa fuente de consuelo el saber que aun Cristo durante su vida terrenal buscaba a su Padre diariamente en procura de nuevas provisiones de gracia necesaria; y de esta comunión con Dios salía para fortalecer y bendecir a otros. ¡Contemplad al Hijo de Dios postrado en oración ante su Padre! Aunque es el Hijo de Dios, fortalece su fe por la oración, y por la comunión con el cíelo acumula en sí poder para resistir al mal y para ministrar las necesidades de los hombres. Como Hermano Mayor de nuestra especie, conoce las necesidades de aquellos que, rodeados de flaquezas y viviendo en un mundo de pecado y de tentación, desean todavía servir a Dios. Sabe que los mensajeros a quienes considera dignos de enviar son hombres débiles y expuestos a errar; pero a todos aquellos que se entregan enteramente a su servicio les promete ayuda divina. Su propio ejemplo es una garantía de que la súplica ferviente y perseverante a Dios con fe—la fe que induce a depender enteramente de Dios y a consagrarse sin reservas a su obra—podrá proporcionar a los hombres la ayuda del Espíritu Santo en la batalla contra el pecado. Or06 171.2

Todo obrero que siga el ejemplo de Cristo estará preparado para recibir y usar el poder que Dios ha prometido a su iglesia para la maduración de la mies de la tierra. Mañana tras mañana, cuando los heraldos del evangelio se arrodillan delante del Señor y renuevan sus votos de consagración, él les concede la presencia de su Espíritu con su poder vivificante y santificador. Y al salir para dedicarse a los deberes diarios, tienen la seguridad de que el agente invisible del Espíritu Santo los capacita para ser colaboradores juntamente con Dios.—Obreros Evangélicos, 527, 528. Or06 171.3

La oración fortalecía a Cristo ante las pruebas—Cristo, nuestro Salvador, fue tentado en todo tal como nosotros, pero fue sin pecado. Tomó la naturaleza humana, tomó la forma del hombre, y sus necesidades fueron las necesidades del hombre. Tenía necesidades corporales que satisfacer, y cansancio físico del cual aliviarse. Mediante la oración a su Padre fue fortalecido para enfrentar el deber y la prueba. Cada día cumplía sus deberes tratando de salvar almas. Su corazón estaba lleno de tierna simpatía por los fatigados y cansados. Dedicó noches enteras a orar en favor de los tentados... La oración precedía y santificaba cada acto de su ministerio... Or06 172.1

Las noches dedicadas a la oración que el Salvador empleó en la montaña o en el desierto, eran esenciales a fin de prepararlo para las pruebas que tendría que enfrentar en los días sucesivos. Sentía la necesidad de refrigerar y vigorizar el alma y el cuerpo, para poder encarar las tentaciones de Satanás; y los que estén tratando de vivir su vida sentirán la misma necesidad. ¡Maranata: el Señor viene!, 83. Or06 172.2

Mientras que Jerusalén estaba sumido en el silencio, y los discípulos habían vuelto a sus hogares a buscar el reposo del sueño, Jesús no dormía. Sus súplicas divinas ascendían delante de su Padre por sus discípulos, para que fueran guardados de las influencias del mal que debían encontrar diariamente en el mundo, y que su propia alma fuera preparada y fortalecida para los deberes y pruebas del siguiente día.—The Review and Herald, 8-17-1886. Or06 172.3

La oración vificaba a Jesús—Pasaba los días socorriendo a las multitudes que se aglomeraban en derredor suyo y revelando los arteros sofismas de los rabinos. Esta labor incesante lo dejaba a menudo tan exhausto que su madre y sus hermanos, y aun sus discípulos, temían que perdiera la vida. Pero cuando regresaba de las horas de oración con que clausuraba el día de labor, notaban la expresión de paz en su rostro, la sensación de refrigerio que parecía irradiar de su presencia. Salía mañana tras mañana, después de las horas pasadas con Dios, a llevar la luz de los cielos a los hombres.—El Discursom Maestro de Jesucristo, 88. Or06 172.4

La oración sustentaba la vida espiritual de Jesús—No sólo en la cruz se sacrificó Cristo por la humanidad. Cuando “anduvo haciendo bienes”, su experiencia cotidiana era un derramamiento de su vida. Sólo de un modo se podía sostener semejante vida. Jesús vivió dependiendo de Dios y de su comunión con él. Los hombres acuden de vez en cuando al lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente; permanecen allí un tiempo, y el resultado se manifiesta en acciones nobles; luego falla su fe, se interrumpe la comunión con Dios, y se echa a perder la obra de la vida. Pero la vida de Jesús era una vida de confianza constante, sostenida por una comunión continua, y su servicio para el cielo y la tierra fue sin fracaso ni vacilación. Or06 173.1

Como hombre, suplicaba ante el trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente celestial que unía la humanidad con la Divinidad. Recibía vida de Dios, y la impartía a los hombres.—La Educación, 80, 81. Or06 173.2

La vida de oración de Jesús revela el secreto del poder espiritual—La vida terrenal del Salvador fue una vida de comunión con la naturaleza y con Dios. En esta comunión nos reveló el secreto de una vida llena de poder.—Consejos Sobre la Salud, 159. Or06 173.3

Jesús oraba como preparación para tareas especiales—Jesús, cuando se preparaba para una gran prueba o para algún trabajo importante, se retiraba a la soledad de los montes, y pasaba la noche orando a su Padre. Una noche de oración precedió a la ordenación de los apóstoles, al Sermón del Monte, a la transfiguración, y a la agonía del pretorio y de la cruz, así como la gloría de la resurrección. Or06 173.4

Nosotros también debemos destinar momentos especiales para meditar, orar y recibir refrigerio espiritual. No reconocemos debidamente el valor del poder y la eficacia de la oración.— El Ministerio de Curación, 407. Or06 173.5

La humanidad de Jesús hacía necesaria la oración—Como estaba revestido de humanidad, sentía la necesidad de la fuerza de su Padre. Tenía lugares selectos para orar. Se deleitaba en mantenerse en comunión con su Padre en la soledad de la montaña. En este ejercicio, su alma santa y humana se fortalecía para afrontar los deberes y las pruebas del día. Nuestro Salvador se identifica con nuestras necesidades y debilidades, porque elevó sus súplicas nocturnas para pedir al Padre nuevas reservas de fuerza, a fin de salir vigorizado y refrigerado, fortalecido para afrontar el deber y la prueba. El es nuestro ejemplo en todo. Se hermana con nuestras flaquezas, pero no alimenta pasiones semejantes a las nuestras. Como no pecó, su naturaleza rehuía el mal. Soportó luchas y torturas del alma en un mundo de pecado. Dado su carácter humano, la oración era para él una necesidad y un privilegio. Requería el más poderoso apoyo y consuelo divino que su Padre estuviera dispuesto a impartir a quién, para beneficio del hombre, había dejado los goces del cielo y elegido por morada un mundo frío e ingrato. Cristo halló consuelo y gozo en la comunión con su Padre. Allí podía descargar su corazón de los pesares que lo abrumaban. Era Varón de dolores y experimentado en quebranto. Or06 174.1

Durante el día trabajaba fervientemente, haciendo bien a otros para salvarlos de la destrucción. Sanaba a los enfermos y consolaba a los que lloraban; impartía alegría y esperanza a los desesperados y comunicaba vida a los muertos. Después de terminado su trabajo del día, salía por las noches y se alejaba de la confusión de la ciudad para postrarse en algún huerto apartado, donde oraba a su Padre. A veces los brillantes rayos de la luna resplandecían sobre su cuerpo postrado; luego nuevamente las nubes y las tinieblas lo privaban de toda luz. El rocío y la helada de la noche caían sobre su cabeza y su barba mientras él estaba en actitud de súplica. Con frecuencia continuaba sus peticiones durante toda la noche. El es nuestro ejemplo. Si lo recordáramos e imitáramos, seríamos mucho más fuertes en Dios. Or06 174.2

Si el Salvador de los hombres, a pesar de su fortaleza divina, necesitaba orar, ¡cuánto más debieran los débiles y pecaminosos mortales sentir la necesidad de orar con fervor y constancia! Cuando Cristo se veía más fieramente asediado por la tentación, no comía. Se entregaba a Dios y gracias a su ferviente oración y perfecta sumisión a la voluntad de su Padre salía vencedor. Sobre todos los demás cristianos profesos, debieran los que profesan la verdad para estos últimos días imitar a su gran Ejemplo en lo que a la oración se refiere. Or06 174.3

“Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor”. Mateo 10:25. Nuestras mesas están con frecuencia cargadas de manjares malsanos e innecesarios, porque amamos esas cosas más que la abnegación, la salud y la sanidad mental. Jesús pedía fuerza a su Padre con fervor. El divino Hijo de Dios la consideraba de más valor que el sentarse ante la mesa más lujosa. Demostró que la oración es esencial para recibir fuerzas con que contender contra las potestades de las tinieblas, y hacer la obra que se nos ha encomendado. Nuestra propia fuerza es debilidad, pero la que Dios concede es poderosa, y hará más que vencedor a todo aquel que la obtenga.—Joyas de los Testimonios 1:218-220. Or06 175.1

Jesús tomaba tiempo para la oración sin importar cuán ocupado o cansado estuviera—Cristo no prestó un servicio limitado. No midió su obra por horas. Dedicó su tiempo, su corazón, su alma y su fuerza a trabajar en beneficio de la humanidad. Pasó días de rudo trabajo y noches enteras pidiendo a Dios gracia y fuerza para realizar una obra mayor. Con clamores y lágrimas rogó al Cielo que fortaleciese su naturaleza humana para hacer frente al astuto adversario en todas sus obras de decepción, y que lo sostuviese para el cumplimiento de su misión de enaltecer a la humanidad. A sus obreros les dice: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Juan 13:15.—El Ministerio de Curación, 400. Or06 175.2

Jesús oraba temprano en la mañana—El alba lo encontraba a menudo en algún retiro, sumido en la meditación, escudriñando las Escrituras o en oración. Con su canto daba la bienvenida a la luz del día. Con himnos de acción de gracias amenizaba las horas de labor, y llevaba la alegría del cielo a los rendidos por el trabajo y a los descorazonados.—Consejos Sobre la Salud, 159. Or06 175.3

Jesús tenía lugares específicos para orar—Tengamos un lugar especial para la oración secreta. Debemos escoger, como lo hizo Cristo, lugares selectos para comunicarnos con Dios. Muchas veces necesitamos apartarnos en algún lugar, aunque sea humilde, donde estemos a solas con Dios.— El Discurso Maestro de Jesucristo, 73. Or06 176.1

Jesús oraba por nosotros—Jesús a menudo estaba cansado del trabajo incesante, de la abnegación y del sacrificio propio que hacía para bendecir al sufriente y al necesitado. Pasó noches enteras en oración en las solitarias montañas, no debido a sus debilidades y necesidades, sino porque vio y sintió la debilidad de vuestras naturalezas para resistir las tentaciones del enemigo en estos mismos puntos donde sois vencidos vosotros ahora. Sabía que seríais indiferentes con respecto a vuestros peligros y que no sentiríais vuestra necesidad de orar. Por nuestra causa derramó sus oraciones ante el Padre con grandes clamores y lágrimas.—La Maravillosa Gracia, 166. Or06 176.2

Los discípulos de Jesús se sintieron impresionados por sus hábitos de oración—“El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir”. El vivía, pensaba y oraba no por sí mismo, sino por otros. De las horas pasadas con Dios, salía mañana tras mañana para traer la luz del Cielo a los hombres. Diariamente recibía un nuevo bautismo del Espíritu Santo. En las primeras horas del nuevo día el Padre lo despertaba de su sueño, y su alma y sus labios eran ungidos con gracia, a fin de que lo pudiera impartir a otros. Le fueron dadas palabras frescas de las cortes celestiales, palabras que pudiera hablar en cada temporada a los agotados y oprimidos. “Jehová el Señor me dio lengua de sabios—dijo él—para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios”. Or06 176.3

Los discípulos de Jesús se sintieron muy impresionados por sus oraciones y por su hábito de comunión con Dios. Un día, después de una pequeña ausencia de su Señor, lo encontraron absorto en la oración a Dios. Aparentemente inconsciente de su presencia, él siguió orando en voz alta. Los corazones de los discípulos fueron profundamente conmovidos. Cuando terminó de orar, exclamaron: “Señor, enséñanos a orar”.—The Review and Herald, 8-11-1910. Or06 176.4

El Padrenuestro exhibe belleza en la simplicidad—Jesús enseñó a sus discípulos que sólo la oración expresada por labios no fingidos, motivada por los deseos sinceros del alma, es genuina, y traerá la bendición del cielo al suplicante. A sus discípulos les dio una oración breve, comprensiva. Esta oración, por su belleza y sencillez, no tiene paralelo. Es una oración perfecta para la vida pública y privada; es solemne y elevada, y a la vez tan sencilla que un niño arrodillado al lado de su madre lo puede entender. Los hijos de Dios han repetido esta oración durante siglos, sin embargo su brillo no se ha marchitado. Como una valiosa gema, continúa siendo amada y atesorada. Esta oración es una producción maravillosa. Nadie orará en vano si en sus súplicas se incorporan los principios que ella contiene. Nuestras oraciones públicas deben ser cortas, y expresar sólo los verdaderos deseos del alma, suplicando con simplicidad y fe sencilla las cosas que necesitamos. Oremos pidiendo un corazón humilde y contrito, que es el aliento vital del alma hambrienta de justicia.—The Signs of the Times, 12-3-1896. Or06 177.1

Jesús se arrodillaba para orar—Tanto en el culto en público como en privado, es privilegio nuestro doblegar las rodillas ante el Señor cuando le ofrecemos nuestras peticiones. Jesús, nuestro modelo, “puesto de rodillas oró”. Acerca de sus discípulos está registrado que también oraban “puestos de rodillas”. Pablo declaró: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Al confesar ante Dios los pecados de Israel, Esdras estaba de rodillas. Daniel “se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios”.—Mensajes para los Jóvenes, 249. Or06 177.2

Considerad cuidadosamente las enseñanzas de Jesús acerca de la oración—Las lecciones de Cristo con respecto a la oración deben ser cuidadosamente consideradas. Hay una ciencia divina en la oración, y la ilustración de Cristo presenta un principio que todos necesitamos comprender. Demuestra lo que es el verdadero espíritu de oración, enseña la necesidad de la perseverancia al presentar a Dios nuestras peticiones, y nos asegura que él está dispuesto a escucharnos y a contestar la oración.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 108. Or06 177.3