Mensajes Selectos Tomo 1

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Capítulo 29—Cristo, nuestra única esperanza*

Cristo y la Ley

ANTES de que se establecieran los fundamentos del mundo, Cristo, el Unigénito de Dios, se comprometió a convertirse en el Redentor de la raza humana, si pecaba Adán. Adán cayó, y Aquel que era participante de la gloria del Padre antes de que el mundo fuese, puso a un lado su manto real y su corona regia, y descendió de su elevada autoridad a fin de llegar a ser una criatura en Belén para que pudiera redimir a los seres humanos caídos pasando por el terreno donde tropezó y cayó Adán. Se sometió a sí mismo a todas las tentaciones que el enemigo emplea contra los hombres y las mujeres, y todos los asaltos de Satanás no pudieron hacerlo vacilar de su lealtad al Padre. Viviendo una vida sin pecado, testificó de que cada hijo e hija de Adán puede resistir las tentaciones del que primero trajo el pecado al mundo. 1MS 265.1

Cristo trajo a los hombres y a las mujeres poder para vencer. Vino a este mundo en forma humana para vivir como un hombre entre los hombres. Tomó las flaquezas de la naturaleza humana para ser probado y examinado. En su humanidad, era participante de la naturaleza divina. En su encarnación, ganó en un nuevo sentido el título de Hijo de Dios. Dijo el ángel a María: “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Lucas 1:35. Si bien era el Hijo de un ser humano, llegó a ser en un nuevo sentido el Hijo de Dios. Así estuvo en nuestro mundo: el Hijo de Dios, y sin embargo unido a la raza humana por su nacimiento. 1MS 265.2

Cristo vino en forma humana para mostrar a los habitantes de los mundos no caídos y del mundo caído que se ha hecho amplia provisión a fin de capacitar a los seres humanos para que vivan en lealtad a su Creador. Soportó las tentaciones con que a Satanás se le permitió acosarlo, y resistió todos sus asaltos. Fue sumamente afligido y duramente acosado, pero Dios no lo abandonó sin reconocer lo que hacía. Cuando fue bautizado por Juan en el Jordán, al salir del agua, descendió sobre él el Espíritu de Dios, en forma de una paloma áurea, y una voz del cielo dijo: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia”. Mateo 3:17. Directamente después de este anunció, Cristo fue guiado por el Espíritu al desierto. Marcos dice: “Luego el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras”. Marcos 1:12, 13. “Y no comió nada en aquellos días”. Lucas 4:2. 1MS 266.1