La Oración

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La fortaleza de Jesús como fruto de la oración

La fortaleza de Cristo provenía de la oración. Había tomado sobre sí la humanidad, llevó nuestras enfermedades y se hizo pecado por nosotros. Cristo se retiraba a los huertos o a las montañas, alejándose del mundo y de todo lo demás. Estaba a solas con su Padre. Con fervor intenso derramaba sus súplicas, y ponía todo el poder de su alma en aferrarse de la mano del Infinito. Cuando enfrentaba pruebas nuevas y mayores, se alejaba, buscando la soledad de las montañas, y pasaba la noche entera en oración con su Padre celestial. Or 203.1

Puesto que Cristo es nuestro ejemplo en todas las cosas, si imitamos su ejemplo de oración ferviente e insistente al Dios que da poder, en el nombre de quien nunca se rindió ante las tentaciones de Satanás, para poder resistir las asechanzas del enemigo astuto, nunca seremos vencidos por él.—The Youth’s Instructor, 1 de abril de 1873. Or 203.2

En una vida completamente dedicada al beneficio ajeno, el Salvador hallaba necesario retirarse de los caminos muy transitados y de las muchedumbres que lo seguían día tras día. Debía apartarse de una vida de incesante actividad y contacto con las necesidades humanas, para buscar retraimiento y comunión directa con su Padre. Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto de oración, buscaba fuerza divina, a fin de salir fortalecido para hacer frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de pecado, Jesús soportó luchas y torturas del alma. En la comunión con Dios, podía descargarse de los pesares que lo abrumaban. Allí encontraba consuelo y gozo. Or 203.3

En Cristo el clamor de la humanidad llegaba al Padre de compasión infinita. Como hombre, suplicaba al trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente celestial que conectaba a la humanidad con la divinidad. Por medio de la comunión continua, recibía vida de Dios a fin de impartirla al mundo. Su experiencia ha de ser la nuestra. Or 203.4

“Venid vosotros aparte,” nos invita. Si tan solo escuchásemos su palabra, seríamos más fuertes y más útiles. Los discípulos buscaban a Jesús y le relataban todo; y él los estimulaba e instruía. Si hoy tomásemos tiempo para ir a Jesús y contarle nuestras necesidades, no quedaríamos chasqueados.—El Deseado de Todas las Gentes, 330. Or 204.1

El Varón de dolores derrama sus súplicas con fuerte clamor y lágrimas. Implora fuerzas para soportar la prueba en favor de la humanidad. Él mismo debe establecer nueva comunión con la Omnipotencia, porque únicamente así puede contemplar lo futuro. Y vuelca los anhelos de su corazón en favor de sus discípulos, para que en la hora del poder de las tinieblas no les falte la fe. El rocío cae sobre su cuerpo postrado, pero él no le presta atención. Las espesas sombras de la noche le rodean, pero él no considera su lobreguez.—El Deseado de Todas las Gentes, 388, 389. Or 204.2

Cuando Jesús fue al desierto, estaba rodeado por la gloria del Padre. Completamente entregado a la comunión con Dios, fue elevado por encima de la debilidad humana. Pero se retiró la gloria y fue dejado para luchar con la tentación. Ella lo oprimió cada momento. Su naturaleza humana rehuía el conflicto que lo aguardaba. Ayunó y oró durante cuarenta días. Débil y extenuado por el hambre, agotado y macilento con agonía mental, “fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. Isaías 52:14. Entonces llegó la oportunidad de Satanás. Entonces este supuso que podía vencer a Cristo.—Mensajes Selectos 1:266. Or 204.3

Para el obrero consagrado es una maravillosa fuente de consuelo el saber que aun Cristo durante su vida terrenal buscaba a su Padre diariamente en procura de nuevas provisiones de gracia necesaria; y de esta comunión con Dios salía para fortalecer y bendecir a otros. ¡Contemplad al Hijo de Dios postrado en oración ante su Padre! Aunque es el Hijo de Dios, fortalece su fe por la oración, y por la comunión con el cielo acumula en sí poder para resistir al mal y para ministrar las necesidades de los hombres. Como Hermano Mayor de nuestra especie, conoce las necesidades de aquellos que, rodeados de flaquezas y viviendo en un mundo de pecado y de tentación, desean todavía servir a Dios. Sabe que los mensajeros a quienes considera dignos de enviar son hombres débiles y expuestos a errar; pero a todos aquellos que se entregan enteramente a su servicio les promete ayuda divina. Su propio ejemplo es una garantía de que la súplica ferviente y perseverante a Dios con fe—la fe que induce a depender enteramente de Dios y a consagrarse sin reservas a su obra—podrá proporcionar a los hombres la ayuda del Espíritu Santo en la batalla contra el pecado. Or 204.4

Todo obrero que siga el ejemplo de Cristo estará preparado para recibir y usar el poder que Dios ha prometido a su iglesia para la maduración de la mies de la tierra. Mañana tras mañana, cuando los heraldos del evangelio se arrodillan delante del Señor y renuevan sus votos de consagración, él les concede la presencia de su Espíritu con su poder vivificante y santificador. Y al salir para dedicarse a los deberes diarios, tienen la seguridad de que el agente invisible del Espíritu Santo los capacita para ser colaboradores juntamente con Dios.—Obreros Evangélicos, 527, 528. Or 205.1