Fe y Obras

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Ni turbulento ni ingobernable

La paz de Cristo no es un elemento turbulento e ingobernable que se manifieste en voces estentóreas y ejercicios corporales. La paz de Cristo es una paz inteligente, y no induce a quienes la poseen a llevar las señales del fanatismo y la extravagancia. No es un impulso errático sino una emanación de Dios. FO 90.1

Cuando el Salvador imparte su paz al alma, el corazón está en perfecta armonía con la Palabra de Dios, porque el Espíritu y la Palabra concuerdan. El Señor cumple su Palabra en todas sus relaciones con los hombres. Es su propia voluntad, su propia voz, revelada a los hombres, y El no tiene una nueva voluntad, ni una nueva verdad, aparte de su Palabra, para manifestar a sus hijos. Si tienen una maravillosa experiencia que no está en armonía con expresas instrucciones de la Palabra de Dios, bien harían en dudar de ella, porque su origen no es de lo alto. La paz de Cristo viene por medio del conocimiento de Jesús, a quien la Biblia revela. FO 90.2

Si la felicidad proviene de fuentes ajenas y no del Manantial divino, será tan variable como cambiantes son las circunstancias; pero la paz de Cristo es una paz constante y permanente. No depende de circunstancia alguna de la vida, ni de la cantidad de bienes mundanales, ni del número de amigos terrenales. Cristo es la fuente de aguas vivas, y la felicidad y la paz que provienen de El nunca faltarán, porque El es un manantial de vida. Los que confían en El pueden decir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza. Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo”. Salmos 46:1-4. FO 90.3

Tenemos motivo de incesante gratitud a Dios porque Cristo, por su perfecta obediencia, reconquistó el cielo que Adán perdió por su desobediencia. Adán pecó, y los descendientes de Adán comparten su culpa y las consecuencias; pero Jesús cargó con la culpa de Adán, y todos los descendientes de Adán que se refugien en Cristo, el segundo Adán, pueden escapar de la penalidad de la transgresión. Jesús reconquistó el cielo para el hombre soportando la prueba que Adán no pudo resistir; porque El obedeció la ley a la perfección, y todos los que tengan una concepción correcta del plan de redención comprenderán que no pueden ser salvos mientras estén transgrediendo los sagrados preceptos de Dios. Deben dejar de transgredir la ley y deben aferrarse a las promesas de Dios que están a nuestra disposición por medio de los méritos de Cristo. FO 91.1