Fe y Obras

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Dos lecciones

Si el alma ha de ser purificada y ennoblecida, y hecha idónea para las cortes celestiales, hay dos lecciones que tienen que ser aprendidas: abnegación y dominio propio. Algunos aprenden estas importantes lecciones más fácilmente que otros, porque están formados en la sencilla disciplina que el Señor les da con dulzura y amor. Otros necesitan la lenta disciplina del sufrimiento, para que el fuego purificador pueda depurar sus corazones de orgullo y autosuficiencia, de pasión mundanal y amor propio, a fin de que pueda surgir el oro genuino del carácter y puedan llegar a ser vencedores mediante la gracia de Cristo. FO 88.3

El amor de Dios fortalecerá el alma, y por la virtud de los méritos de la sangre de Cristo podemos permanecer incólumes en medio del fuego de la tentación y las pruebas; pero ninguna otra ayuda puede tener valor para salvar, sino la de Cristo, nuestra justicia, el cual nos ha sido hecho sabiduría y santificación y redención. FO 89.1

La verdadera santificación es nada más y nada menos que amar a Dios con todo el corazón, caminar en sus mandamientos y estatutos sin mácula. La santificación no es una emoción sino un principio de origen celestial que pone todas las pasiones y todos los deseos bajo el control del Espíritu de Dios; y esta obra es realizada por medio de nuestro Señor y Salvador. FO 89.2

La santificación espuria no lleva a glorificar a Dios, sino que induce a quienes pretenden poseerla a exaltarse y glorificarse a sí mismos. Cualquier cosa que sobrevenga en nuestra experiencia, sea de alegría o de tristeza, que no refleje a Cristo ni lo señale como su autor, glorificándolo a El y sumergiendo al yo hasta hacerlo desaparecer de la vista, no es una genuina experiencia cristiana. FO 89.3

Cuando la gracia de Cristo se implanta en el alma mediante el Espíritu Santo, el que la posee se volverá humilde en espíritu y procurará asociarse con aquellos cuya conversación versa sobre temas celestiales. Entonces el Espíritu tomará las cosas de Cristo y nos las mostrará y glorificará, no al receptor, sino al Dador. Por lo tanto, si tú tienes la sagrada paz de Cristo en tu corazón, tus labios se llenarán de alabanza y gratitud a Dios. Tus oraciones, el cumplimiento de tu deber, tu benevolencia, tu abnegación, no serán el tema de tu pensamiento o conversación, sino que magnificarás a Aquel que se dio a sí mismo por ti cuando aún eras pecador. Dirás: “Me entrego a Jesús. He hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas”. Al alabarlo a El, recibirás una preciosa bendición, y toda la alabanza y la gloria por lo que es hecho por medio de ti serán atribuidas a Dios. FO 89.4