Testimonios para la Iglesia, Tomo 8

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La voluntad de Dios para nosotros

El conocimiento de Dios se obtiene en su Palabra. El conocimiento experimental de la verdadera piedad, que se encuentra en la consagración y el servicio cotidianos, garantiza la más elevada cultura de cuerpo, mente y alma. Esta consagración de todas nuestras facultades a Dios evita la exaltación propia. La impartición del poder divino da honra a nuestra sincera búsqueda de la sabiduría, lo cual nos capacitará para emplear nuestras más elevadas facultades de tal manera que glorifiquen a Dios y sean una bendición para nuestros prójimos. Derivadas de Dios, y no de creación propia, estas facultades deben ser apreciadas como talentos divinos que han de ser usados en su servicio. 8TPI 70.2

Las facultades mentales que el cielo nos ha encomendado, han de ser tratadas como potencias superiores para el gobierno del reino corporal. El apetito natural y las pasiones han de ser colocados bajo el control de la conciencia y de las facultades espirituales. 8TPI 70.3

La religión de Cristo nunca degrada al que la recibe; nunca lo hace tosco ni áspero, descortés, presumido, sensual o duro de corazón. Por el contrario, refina el gusto, santifica la mente, purifica y ennoblece los pensamientos, llevándolos cautivos a la obediencia a Cristo. El ideal de Dios para sus hijos es más elevado que todo pensamiento humano. En su santa ley nos ha dado un trasunto de su carácter. 8TPI 71.1

Cristo es el más grande maestro que el mundo jamás haya conocido. ¿Y cuál es la norma que él mantiene ante todos los que creen en él? “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. Así como Dios es perfecto en su esfera, el hombre puede ser perfecto en la suya. 8TPI 71.2

El ideal del carácter cristiano es la semejanza a Cristo. Tenemos abierto ante nosotros un camino para el constante progreso. Tenemos un objetivo que lograr, una norma que alcanzar, que abarca todo lo que es bueno, puro, noble, y sublime. Que haya siempre un esfuerzo continuo y progreso constante hacia adelante y hacia arriba, en dirección de la perfección de carácter. 8TPI 71.3

Dice Pablo: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filipenses 3:13, 14. 8TPI 71.4

Esta es la voluntad Dios para con los seres humanos; a saber, su santificación. Al abrirnos camino hacia arriba, hacia el cielo, todas las facultades han de mantenerse en las condiciones más saludables, listas para rendir un servicio fiel. Las facultades con las cuales Dios ha dotado al hombre han de ejercitarse hasta el máximo. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Lucas 10:27. El hombre no puede hacer esto por sí mismo; necesita la ayuda divina. ¿Qué parte le toca hacer al agente humano?: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:12, 13. 8TPI 71.5

Sin la intervención divina, el hombre sería incapaz de lograr nada bueno. Dios pide que todo hombre se arrepienta; sin embargo, el hombre ni siquiera puede arrepentirse a menos que el Espíritu Santo obre en su corazón. Pero el Señor no quiere que ningún hombre espere hasta creer que se ha arrepentido antes de dar sus pasos hacia Jesús. El Salvador está continuamente atrayendo a los hombres hacia el arrepentimiento; todo lo que tienen que hacer es dejarse atraer, y su corazón se derramará en arrepentimiento. 8TPI 72.1

Al hombre se le ha destinado una parte en esta gran lucha por la vida eterna; debe responder a la obra del Espíritu Santo. Para ello será necesario que haya una lucha con el fin de escapar de en medio de los poderes de las tinieblas, y el Espíritu Santo obra en él para que lo logre. Pero el hombre no es un ser pasivo que ha de salvarse en la indolencia. A él se le exige esforzar todos sus músculos y ejercer todas sus facultades en su lucha por la inmortalidad; no obstante, es Dios el que concede esta eficacia. Ningún ser humano se salvará en la indolencia. El Señor nos ordena: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán”. “Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”. Lucas 13:24; Mateo 7:13, 14. 8TPI 72.2