Testimonios para la Iglesia, Tomo 8

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El Espíritu Santo en nuestras escuelas

Cooranbong, Australia,

10 de mayo de 1896.

Os ruego a vosotros, que vivís en el mismo corazón de la obra, que repaséis la experiencia de muchos años y veáis si el “bien hecho” se podría verdaderamente pronunciar sobre vosotros. Pido a los maestros en nuestras escuelas que consideren cuidadosamente y en oración: ¿He cuidado individualmente de mi propia alma, como uno que está cooperando con Dios para purificarla de todo pecado y enteramente santificarla? ¿Podéis por precepto y ejemplo enseñarle a la juventud la santificación por medio de la verdad y para santidad? 8TPI 68.2

¿No habéis temido al Espíritu Santo? A veces él se ha introducido con una influencia plena en la escuela de Battle Creek y en las escuelas de otros lugares. ¿Reconocisteis su presencia? ¿Le brindasteis el honor debido a un mensajero celestial? Cuando el Espíritu parecía estar contendiendo por la juventud, ¿dijisteis: “Pongamos a un lado todo estudio porque es evidente que tenemos entre nosotros al Huésped celestial? Alabemos a Dios y démosle honra”. ¿Inclinásteis el rostro en oración con los estudiantes, con corazones contritos, implorando recibir la bendición que el Señor os ofrecía? 8TPI 68.3

El Gran Maestro mismo estaba entre vosotros. ¿Le rendisteis honor? ¿Fue un extraño para algunos de los educadores? ¿Hubo necesidad de traer a alguien de supuesta autoridad para darle la bienvenida o para expulsar a este Mensajero celestial? Aunque invisible, su presencia estuvo entre vosotros. ¿Pero no se expresó el pensamiento de que en la escuela el tiempo debía dedicarse al estudio, y que había ocasión para todo, como si las horas dedicadas al estudio común fueran demasiado preciosas como para cederlas y dar oportunidad a que obrara el Mensajero celestial? 8TPI 69.1

Si habéis de alguna manera limitado o rechazado al Espíritu Santo, os ruego que os arrepintáis lo más pronto posible. Si algunos de nuestros maestros no han abierto la puerta de su corazón al Espíritu de Dios, antes la han cerrado con candado, os ruego que la abráis y oréis con fervor: “Conmigo sé”. Cuando el Espíritu Santo manifieste su presencia en vuestra aula, decid a los estudiantes: “El Señor nos indica que él tiene una lección importante proveniente del cielo, de más valor que nuestras lecciones comunes y corrientes. Estemos atentos; inclinemos nuestros rostros ante Dios y busquémosle de todo corazón”. 8TPI 69.2

Permitidme deciros lo que yo sé de este Huésped divino. El Espíritu Santo se movía sobre la juventud durante las horas de escuela; pero algunos corazones estaban tan fríos y oscuros que no tenían ningún deseo de recibir la presencia del Espíritu, y la luz de Dios se retiró. El Visitante celestial habría abierto todo entendimiento, dado sabiduría y conocimiento en todas las ramas de estudio que pudieran emplearse para la gloria de Dios. El Mensajero del Señor vino para convencer de pecado y para suavizar corazones endurecidos por haber estado largo tiempo separados de Dios. Vino a revelar el gran amor con que Dios ha amado a esa juventud. Ellos son patrimonio de Dios, y los educadores necesitan recibir “la enseñanza superior” antes que puedan estar calificados para ser maestros y guías de jóvenes. 8TPI 69.3

El maestro podrá entender muchas cosas concernientes al universo físico; podrá saber todo en cuanto a la anatomía de los seres vivientes, las invenciones de las artes mecánicas, los descubrimientos de las ciencias naturales; pero no puede llamarse educado a menos que tenga un conocimiento del solo Dios verdadero y de Jesucristo a quien ha enviado. Un principio de origen divino debe compenetrar nuestra conducta y unirnos a Dios. Esto de ninguna manera será un estorbo para el estudio de la verdadera ciencia. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el hombre que accede a ser amoldado y formado a la semejanza divina constituye el más noble espécimen de la obra de Dios. Todos los que viven en comunión con su Creador tendrán un conocimiento de su plan en su propia creación, y se darán cuenta de que Dios los hace responsables de emplear sus facultades para los fines más elevados. No buscarán ni exaltarse personalmente, ni menoscabarse. 8TPI 70.1