Testimonios para la Iglesia, Tomo 8

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En oposición al Espíritu Santo

Insto a los estudiantes de nuestras escuelas a que sean juiciosos. La frivolidad de los jóvenes no agrada a Dios. Sus deportes y juegos abren la puerta a un torrente de tentaciones. En vuestras facultades intelectuales, vosotros poseéis el don celestial de Dios, y no debéis permitir que vuestros pensamientos sean comunes y bajos. Un carácter que ha sido formado de acuerdo a los preceptos de la Palabra de Dios exhibirá principios inmutables y aspiraciones puras y nobles. Cuando el Espíritu Santo coopera con las facultades de la mente humana, el resultado seguro serán los impulsos elevados y santificados... 8TPI 72.3

Dios ve lo que los ojos ciegos de los educadores no pueden discernir: que la inmoralidad de toda clase y grado procura obtener el dominio, obrando en contra de las manifestaciones del poder del Espíritu Santo. La conversación más común, y las ideas ordinarias y pervertidas, se entretejen en la urdimbre del carácter. 8TPI 73.1

Las fiestas con propósitos de frívolo y mundanal placer, las reuniones para comer, beber y cantar, son inspiradas por un espíritu del abismo. Son una ofrenda hecha a Satanás. Los espectáculos vistos en la moda loca de las bicicletas ofenden a Dios. Su ira se enciende contra los que hacen tales cosas. En medio de estos placeres, la mente se enturbia como cuando se bebe licor. Se abre la puerta a relaciones vulgares. Los pensamientos, si se les permite discurrir por niveles bajos, pronto pervierten las facultades del ser. Como el Israel antiguo, los amadores de los placeres comen y beben, y se levantan a regocijarse. Abundan el bullicio y la parranda, las carcajadas y la hilaridad. Por medio de estas cosas, la juventud sigue el ejemplo de los autores de los libros que son puestos en sus manos para estudiar. El mayor de los males es el efecto permanente que estas cosas tienen sobre el carácter. 8TPI 73.2

Los que están al frente de estas cosas le ocasionan a la causa una mancha que no se borra con facilidad. Dañan sus propias almas y llevarán las cicatrices por toda la vida. El malhechor podría reconocer sus pecados y arrepentirse; Dios podría perdonar al transgresor; pero la facultad del discernimiento, que debiera mantenerse viva y sensible para discernir entre lo sagrado y lo profano, es en gran medida destruida. Demasiado a menudo las imaginaciones y los designios humanos se aceptan como divinos. Algunas almas actuarán ciega e insensiblemente, listas para adoptar sentimientos bajos, profanos y aun paganos, a la par que se oponen a las manifestaciones del Espíritu Santo. 8TPI 73.3