Testimonios para la Iglesia, Tomo 4

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De viaje hacia el este

El 28 de julio, en compañía de mi hija Emma y Edith Donaldson, partimos de Oakland hacia la costa este. Ese mismo día llegamos a Sacramento y nos recibieron el hermano y la hermana Wilkinson, quienes nos dispensaron una calurosa bienvenida y nos alojaron en su casa. Allí fuimos excelentemente agasajados durante nuestra estancia. Según lo convenido, yo hablé el domingo. La casa estaba repleta de una congregación atenta y el Señor me dio libertad para hablar en su nombre. El lunes volvimos a tomar el ferrocarril y nos detuvimos en Reno, Nevada, donde teníamos una cita para hablar el martes por la tarde en la tienda en que el hermano Loughborough impartía un curso de predicación. Hablé con libertad a aproximadamente cuatrocientos oyentes atentos sobre las palabras de Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1. 4TPI 291.2

Mientras cruzábamos el gran desierto americano, polvoriento y calcinado, a pesar de que disfrutábamos de todas las comodidades y nos deslizábamos rápida y suavemente por los raíles, arrastrados por nuestro purasangre de acero, el paisaje yermo nos fatigó. Me acordé de los antiguos hebreos que anduvieron por roquedales y áridos desiertos durante cuarenta años. El calor, el polvo y la irregularidad del terreno arrancaron quejas y suspiros de fatiga a muchos que pisaron esa fatigosa senda. Pensé que si se nos obligara a viajar a pie por el desierto yermo, pasando sed, calor y fatiga, muchos de nosotros murmuraríamos más que los mismos israelitas. 4TPI 291.3

Las peculiares características del paisaje montañoso de la ruta transcontinental ya han sido más que suficientemente descritas. Quien quiera deleitarse con la grandiosidad y la belleza de la naturaleza sentirá una súbita alegría cuando contemple las grandiosas y viejas montañas, las hermosas colinas y los salvajes y rocosos cañones. Esto es especialmente cierto para el cristiano. En las rocas de granito y el murmullo de los torrentes ve la obra de la poderosa mano de Dios. Desea subir a las altas colinas, porque le parece que allí estará más cerca del cielo aunque sabe que Dios oye las oraciones de sus hijos tanto en el valle más profundo como en la cima de la más alta montaña. 4TPI 292.1