Los judíos deciden matar a Pablo
Cuando los principales sacerdotes y gobernantes presenciaron el efecto que tenía el relato de lo que había experimentado Pablo, se sintieron movidos a odiarle. Vieron que predicaba audazmente a Jesús y realizaba milagros en su nombre; multitudes le escuchaban, se apartaban de las tradiciones y consideraban a los dirigentes judíos como matadores del Hijo de Dios. Se encendió su ira, y se reunieron para consultarse acerca de lo que convenía hacer para aplacar la excitación. Convinieron en que la única conducta segura consistía en dar muerte a Pablo. Pero Dios conocía su intención, y envió ángeles para que lo guardasen, a fin de que pudiese vivir y cumplir su misión.
PE 202.1
Conducidos por Satanás, los judíos incrédulos pusieron guardias que velasen a las puertas de Damasco día y noche, a fin de que cuando Pablo pasase por ellas pudiesen matarlo inmediatamente. Pero Pablo había sido informado de que los judíos procuraban su vida, y los discípulos le bajaron desde la muralla en una canasta, y de noche. Al no poder así cumplir su propósito, los judíos se avergonzaron e indignaron, y el propósito de Satanás fué derrotado.
PE 202.2
Después de esto, Pablo se fué a Jerusalén para unirse a los discípulos; pero éstos le temían todos. No podían creer que fuese discípulo. Los judíos de Damasco habían procurado quitarle la vida, y sus propios hermanos no querían recibirle; pero Bernabé se hizo cargo de él y le llevó a los apóstoles, declarándoles cómo había visto al Señor en el camino y que en Damasco había predicado valientemente en nombre de Jesús.
PE 202.3
Pero Satanás estaba incitando a los judíos a destruir a Pablo, y Jesús le ordenó que dejase a Jerusalén. En compañía de Bernabé, fué a otras ciudades predicando a Jesús y realizando milagros, y muchos se convertían. Al ser sanado un hombre que había sido cojo de nacimiento, la gente que adoraba a los ídolos estaba por ofrecer sacrificio a los discípulos. Pablo se entristeció y les dijo que él y su colaborador no eran sino hombres y que el Dios que había hecho los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, era el único que debía ser adorado. Así ensalzó Pablo a Dios delante de la gente; pero a duras penas pudo refrenarla. En la mente de esa gente se estaba formando el primer concepto de la fe en el Dios verdadero, así como del culto y honor que se le debe rendir; pero mientras escuchaban a Pablo, Satanás estaba incitando a los judíos incrédulos de otras ciudades a que siguiesen a Pablo para destruir la buena obra hecha por él.
PE 203.1
Estos judíos excitaron a aquellos idólatras mediante falsos informes contra Pablo. El asombro y la admiración de la gente se transformó en odio, y los que poco antes habían estado dispuestos a adorar a los discípulos, apedrearon a Pablo y lo sacaron de la ciudad como muerto. Pero mientras los discípulos estaban de pie en derredor de Pablo, llorándolo, con gozo lo vieron levantarse, y entró con ellos en la ciudad.
PE 203.2
En otra ocasión, mientras Pablo y Silas predicaban a Jesús, cierta mujer poseída de un espíritu de adivinación, los seguía clamando: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación.” Ella siguió así a los discípulos durante muchos días. Pero esto entristecía a Pablo; porque esos clamores distraían de la verdad la atención de la gente. El propósito de Satanás al inducirla a hacer eso era crear en la gente un desagrado que destruyese la influencia de los discípulos. El espíritu de Pablo se conmovió dentro de sí, y dándose vuelta dijo al espíritu: “Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella;” y el mal espíritu, así reprendido, la dejó.
PE 203.3
A sus amos les había agradado que clamase detrás de los discípulos; pero cuando el mal espíritu la dejó, y vieron en ella a una mansa discípula de Cristo, se enfurecieron. Mediante las adivinaciones de ella, ellos habían obtenido mucho dinero, y ahora se desvanecía su esperanza de ganancias. El propósito de Satanás quedó derrotado; pero sus siervos apresaron a Pablo y Silas y llevándolos a la plaza los entregaron a los magistrados diciendo: “Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad.” Y la multitud se levantó contra ellos; los magistrados les desgarraron sus vestiduras y ordenaron que los azotaran. Cuando los hubieron herido de muchos azotes, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con diligencia. Este, habiendo recibido tal encargo, los metió en la cárcel de más adentro, y les apretó los pies en el cepo. Pero los ángeles del Señor los acompañaron en esa cárcel interior, e hicieron que su encarcelamiento redundase para gloria de Dios y demostrase a la gente que Dios impulsaba la obra y acompañaba a sus siervos escogidos.
PE 204.1
A la media noche, Pablo y Silas estaban orando y cantando alabanzas a Dios, cuando de repente se produjo un gran terremoto, de manera que los fundamentos de la cárcel fueron sacudidos; y vi que inmediatamente el ángel de Dios soltó las ataduras de cada preso. El carcelero, al despertarse y ver abiertas las puertas de la cárcel, tuvo miedo. Pensó que los presos habían escapado, y que él iba a ser castigado con la muerte. Pero cuando estaba por matarse, Pablo clamó con fuerte voz diciendo: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí.”
PE 204.2
El poder de Dios convenció al carcelero. Pidió luz, entró y fué temblando para postrarse delante de Pablo y Silas. Luego, sacándolos, dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Y ellos dijeron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” El carcelero reunió entonces a todos los de su casa, y Pablo les predicó a Jesús. Así quedó el corazón del carcelero unido al de sus hermanos, y lavó las heridas dejadas por los azotes, y él y toda su casa fueron bautizados aquella noche. Puso luego comida delante de ellos, y se regocijó creyendo en Dios con toda su casa.
PE 204.3
Las maravillosas nuevas de la manifestación del poder de Dios que había abierto las puertas de la cárcel, y había convertido al carcelero y su familia, se difundieron pronto. Los magistrados las oyeron y temieron. Mandaron palabra al carcelero para pedirle que liberase a Pablo y Silas. Pero Pablo no quiso dejar la cárcel en forma privada; no quería que se ocultase la manifestación del poder de Dios. Dijo: “Después de azotarnos públicamente sin sentencia judicial, siendo ciudadanos romanos, nos echaron en la cárcel, ¿y ahora nos echan encubiertamente? No, por cierto, sino vengan ellos mismos a sacarnos.” Cuando esas palabras fueron repetidas a los magistrados, y se supo que los apóstoles eran ciudadanos romanos, los gobernantes se alarmaron por temor de que se quejasen al emperador de haber sido tratados ilícitamente. Así que ellos vinieron, les rogaron, y los sacaron de la cárcel, deseosos de que saliesen de la ciudad.
PE 205.1
215
PE
Primeros Escritos
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