Obreros Evangélicos

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La justicia por la fe

Es precioso el pensamiento de que la justicia de Cristo nos es imputada, no por ningún mérito de nuestra parte, sino como don gratuito de Dios. El enemigo de Dios y del hombre no quiere que esta verdad sea presentada claramente; porque sabe que si la gente la recibe plenamente, habrá perdido su poder sobre ella. Si consigue dominar las mentes de aquellos que se llaman hijos de Dios, de modo que su experiencia esté formada de duda, incredulidad y tinieblas, logrará vencerlos con la tentación. OE 169.1

Esta fe sencilla, que acepta al pie de la letra lo que Dios dice, debe ser estimulada. El pueblo de Dios debe poseer la clase de fe que se ase del poder divino; “porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.”1 Aquellos que creen que por amor de Cristo, Dios ha perdonado sus pecados, no deben, por causa de la tentación, dejar de seguir peleando la buena batalla de la fe. Su fe debe volverse cada vez más fuerte hasta que su vida cristiana, como sus palabras, declare: “La sangre de Jesucristo ... nos limpia de todo pecado.”2 OE 169.2

Si tenemos el espíritu y el poder del mensaje del tercer ángel, debemos presentar juntos la ley y el Evangelio, porque van juntos. Así como un poder terreno está incitando a los hijos a la desobediencia a anular la ley de Dios, y a pisotear la verdad de que Cristo es nuestra justicia, un poder de lo alto está obrando en los corazones de los que son leales, para que ensalcen la ley, y a Jesús como Salvador completo. A menos que el poder divino penetre en la experiencia del pueblo de Dios, las teorías e ideas erróneas aherrojarán las mentes; Cristo y su justicia se perderán de la experiencia de muchos, y su fe quedará sin poder ni vida. OE 169.3

Los predicadores han de presentar plenamente a Cristo tanto en las iglesias como en los campos nuevos, a fin de que los oyentes obtengan una fe inteligente. Debe enseñarse a la gente que Cristo es su salvación y su justicia. Satanás tiene el premeditado propósito de impedir que las almas crean en Cristo como única esperanza suya; porque la sangre de Cristo que limpia de todo pecado obra eficazmente sólo en favor de aquellos que creen en su mérito, y la presentan ante el Padre como presentó Abel su ofrenda. OE 170.1

La ofrenda de Caín fué una ofensa a Dios porque era una ofrenda sin Cristo. El centro de nuestro mensaje no es sólo los mandamientos de Dios, sino también la fe de Jesús. Una brillante luz resplandece sobre nuestra senda hoy día, y nos induce a aumentar nuestra fe en Jesús. Debemos recibir todo rayo de luz, y andar en él, a fin de que no constituya la causa de nuestra condenación en el juicio. Nuestros deberes y obligaciones se vuelven más importantes a medida que se aclara nuestra visión de la verdad. La luz pone de manifiesto y corrige los errores escondidos en las tinieblas; y al aparecer ella, la vida y el carácter de los hombres debe cambiar de una manera correspondiente, para estar en armonía con ella. Los pecados que eran una vez pecados de ignorancia, debido a la ceguera de la mente, no pueden ya ser practicados sin culpa. Al recibir mayor luz, los hombres deben ser reformados, elevados y refinados por ella, o se volverán más perversos y obstinados que antes de llegarles la luz. OE 170.2

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En la Biblia tenemos el infalible consejo de Dios. Sus enseñanzas, prácticamente llevadas a cabo, harán a los hombres idóneos para cualquier posición de deber. Es la voz de Dios que habla cada día al alma. ... La obra del Espíritu Santo consiste en alumbrar el intelecto entenebrecido, ablandar el corazón pétreo, egoísta, subyugar al rebelde transgresor, y salvarlo de las influencias corruptoras del mundo. La oración de Cristo en favor de sus discípulos fué: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad.” La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, atraviesa el corazón del pecador, y lo hace trizas. Cuando el que habla repite la teoría de la verdad sin sentir en el alma su sagrada influencia, esa verdad no tiene poder sobre los oyentes, sino que es rechazada como error, y el predicador se hace responsable de la pérdida de almas.—Testimonies for the Church 4:441. OE 171.1