Obreros Evangélicos

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El examen para el ministerio

No se debe animar a los hombres a entrar en el campo como ministros sin tener evidencia inequívoca de que Dios los ha llamado. El Señor no quiere confiar la carga de su grey a personas que no estén calificadas para ello. Aquellos a quienes el Señor llame deben ser hombres de profunda experiencia, probados, hombres de sano criterio, hombres que osarán reprender el pecado con espíritu de mansedumbre, hombres que sabrán cómo apacentar la grey. Dios conoce el corazón, y sabe a quién elegir.—Testimonies for the Church 1:209. OE 452.1

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Ha habido demasiado poco examen de los ministros; y por esta razón las iglesias han recibido las labores de hombres ineficientes, no convertidos, que arrullaron a los miembros en el sueño, en vez de despertarlos e impartirles mayor celo y fervor en la causa de Dios. Hay ministros que vienen a la reunión de oración, y elevan las mismas antiguas oraciones sin vida una y otra vez; predican los mismos áridos discursos semana tras semana y mes tras mes. No tienen nada de nuevo e inspirador que presentar a sus congregaciones, y esto es prueba de que no son participantes de la naturaleza divina. Cristo no mora en su corazón por la fe. OE 452.2

Los que pretenden guardar y enseñar la santa ley de Dios, y están, sin embargo, continuamente transgrediendo esa ley, son piedras de tropiezo tanto para los pecadores como para los que creen en la verdad. La despreocupación con que muchos consideran la ley de Jehová y el don de su Hijo es un insulto a Dios. La única manera en que podemos corregir este difundido mal, consiste en examinar detenidamente a todo aquel que quiera enseñar la Palabra. Aquellos a quienes incumba esta responsabilidad, deben conocer la historia del que pretenda enseñar la verdad desde que profesó abrazarla. Su experiencia cristiana y su conocimiento de las Escrituras, la manera en que sostiene la verdad presente, todas esas cosas deben ser comprendidas. Nadie debe ser aceptado como obrero en la causa de Dios, antes de que haya puesto de manifiesto que posee una experiencia real y viva en las cosas de Dios. OE 452.3

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Los que están por entrar en la obra sagrada de enseñar la verdad de la Biblia al mundo, deben ser examinados cuidadosamente por personas fieles y experimentadas. Después que hayan tenido cierta experiencia, queda todavía otra obra que hacer por ellos: deben ser presentados ante el Señor en oración ferviente, para que él indique, por su Espíritu Santo, si le son aceptables. El apóstol dice: “No impongas de ligero las manos a ninguno.”1 En los días de los apóstoles, los ministros de Dios no se atrevían a fiar en su propio juicio para elegir o aceptar hombres que habían de asumir el solemne y sagrado puesto de portavoces de Dios. Elegían a los hombres que su juicio aceptaba, y luego los presentaban ante el Señor para ver si él los aceptaba para que saliesen como representantes suyos. No debe hacerse menos que esto ahora. OE 453.1

En muchos lugares encontramos hombres que han sido colocados apresuradamente en posiciones de responsabilidad como ancianos de la iglesia, cuando no estaban calificados para ocupar semejante puesto. No saben gobernarse a sí mismos. Su influencia no es buena. La iglesia está continuamente en dificultades como consecuencia del carácter deficiente de los dirigentes. Se les impuso las manos con demasiada ligereza. OE 454.1

Los ministros de Dios deben ser hombres de buena reputación, capaces de dirigir discretamente un interés después de despertarlo. Necesitamos grandemente hombres competentes, que reporten honor en vez de deshonor a la causa que representan. OE 454.2

Los ministros deben ser examinados especialmente para ver si tienen una comprensión inteligente de la verdad para este tiempo, de modo que puedan dar un discurso bien encadenado acerca de las profecías o de cualesquiera temas prácticos. Si no pueden presentar claramente los temas bíblicos, necesitan oír y aprender todavía. A fin de poder enseñar la verdad bíblica, deben escudriñar con fervor y oración las Escrituras, y familiarizarse con ellas. Todas estas cosas deben considerarse con cuidado y oración antes de mandar a estos hombres al campo de labor.—Testimonies for the Church 4:406, 407. OE 454.3

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En Timoteo, Pablo vió a uno que comprendía la santidad de la obra del ministerio; uno que no desmayaba frente al sufrimiento y la persecución; y que estaba dispuesto a ser enseñado. Sin embargo, el apóstol no se atrevió a asumir la responsabilidad de darle a Timoteo, un joven inexperto, una preparación para el ministerio evangélico, sin satisfacerse antes plenamente respecto a su carácter y su vida. OE 454.4

El padre de Timoteo era griego y su madre judía. Desde la niñez había conocido las Escrituras. La piedad que vió en su vida de hogar era sana y cuerda. La fe de su madre y de su abuela en los oráculos sagrados era para él un constante recuerdo de la bendición que acarrea el hacer la voluntad de Dios. La Palabra de Dios era la regla por la cual esas dos piadosas mujeres habían guiado a Timoteo. El poder espiritual de las lecciones que había recibido de ellas conservó puro su lenguaje y evitó que lo contaminaran las malas influencias que lo rodeaban. Así las que lo instruyeron en el hogar habían cooperado con Dios en prepararlo para llevar responsabilidades. OE 455.1

Pablo vió a Timoteo fiel, firme y sincero, y lo escogió como compañero de labor y de viaje. Las que habían enseñado a Timoteo en su infancia fueron recompensadas viendo al hijo de su cuidado unido en estrecho compañerismo con el gran apóstol.... OE 455.2

Pablo amaba a Timoteo, su “hijo en la fe.”2 El gran apóstol sondeaba a menudo al discípulo más joven, preguntándole en cuanto a la historia bíblica; y al viajar de lugar en lugar, le enseñaba cuidadosamente cómo trabajar con éxito. Pablo y Silas, en toda su asociación con Timoteo, trataron de ahondar la impresión hecha ya en su mente, de la sagrada y seria naturaleza de la obra del ministerio evangélico.—Los Hechos de los Apóstoles, 165-167. OE 455.3