Mensajes Selectos Tomo 2

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25—Fortaleza en la aflicción

¿Por qué esta aflicción?*

[En respuesta a un pedido de la Asociación General, Elena G. de White viajó a Australia en 1891 para ayudar a fortalecer la obra recién establecida en ese país. Permaneció allí nueve años. Poco después de llegar fue afectada por una prolongada y dolorosa enfermedad. Los siguientes párrafos revelan su fortaleza en esta aflicción. Nótense las lecciones que aprendió en esta experiencia.—Los compiladores.] 2MS 267.1

Cada envío de correspondencia ha consistido en cien a doscientas páginas escritas por mí, y la mayoría de ellas escritas mientras me encuentro sostenida por almohadas en la cama, como ahora, medio acostada o medio sentada, o bien sentada entre almohadas en una silla incómoda. 2MS 267.2

El estar sentada me causa mucho dolor en la cadera y en la parte inferior de la columna. Si en este país [Australia] se encontraran sillones como los que tienen Uds. allá en el sanatorio, yo compraría uno sin demora aunque costara treinta dólares... Sólo a costa de mucho esfuerzo y molestia puedo sentarme derecha y levantar la cabeza. Debo apoyarla contra el respaldo de la silla sobre las cabeceras, en posición reclinada. Así es como me encuentro en este momento. 2MS 267.3

Pero no estoy desanimada en absoluto. Siento que cada día soy sustentada. En las prolongadas y tediosas horas de la noche, cuando no me viene el sueño, he dedicado mucho tiempo a la oración; y cuando cada nervio parecía gritar de dolor, cuando en el momento en que pensaba en mí misma me parecía que perdería la calma, la paz de Cristo ha inundado mi corazón a tal punto que me he sentido llena de gratitud y reconocimiento. Sé que Jesús me ama, y yo amo a Jesús. Durante algunas noches he dormido tan sólo tres horas, unas pocas noches cuatro horas, y la mayor parte del tiempo solamente dos, y sin embargo en estas prolongadas noches australianas, en las tinieblas, todo parece estar iluminado a mi alrededor, y gozo de una dulce comunión con Dios. 2MS 267.4

Cuando me encontré por primera vez en una condición de impotencia, lamenté profundamente haber cruzado el ancho océano. ¿Por qué no estaba en los Estados Unidos? ¿Por qué me hallaba en este país a un costo tan elevado? Varias veces oculté la cara entre las frazadas y lloré abundantemente. Pero no me complací por mucho tiempo en el desahogo superfluo proporcionado por las lágrimas. 2MS 268.1

Me dije a mí misma: “¿Qué quieres decir, Elena G. de White? ¿Acaso no has venido a Australia porque pensabas que era tu deber ir adonde la asociación consideraba que era mejor que fueras? ¿No ha sido ésta tu costumbre?” 2MS 268.2

Contesté: “Sí”. 2MS 268.3

“¿Entonces por qué te sientes casi abandonada y desanimada? ¿No es ésta la obra del enemigo?” 2MS 268.4

Dije: “Creo que lo es”. 2MS 268.5

Sequé mis lágrimas tan rápidamente como pude, y dije: “Ya es suficiente; no volveré a contemplar el lado oscuro. Sea que viva o muera, encomiendo la protección de mi alma al que murió por mí”. 2MS 268.6

Luego creí que el Señor haría todas las cosas bien, y durante estos ocho meses de desvalimiento, no he tenido ningún desaliento ni duda. Ahora considero este asunto como una parte del gran plan del Señor para el bien de su pueblo aquí en este país, para el de los Estados Unidos, y para mi propio bien. No puedo explicar por qué ni cómo, pero lo creo. Y me siento gozosa en medio de mi aflicción. Puedo confiar en mi Padre celestial. No dudaré de su amor. Tengo un guardián que vigila día y noche; y alabaré al Señor, porque su alabanza está en mis labios procedente de un corazón lleno de gratitud.—Carta 18a, 1892. 2MS 268.7