La Historia de la Redención

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La tentación

Después del bautismo de Jesús en el Jordán, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. El Espíritu Santo lo preparó para la experiencia especial de esas fieras tentaciones. Durante cuarenta días fue tentado por Satanás, y en su transcurso no comió nada. Todo lo que había a su alrededor era desagradable, tendiente a quebrantar la naturaleza humana. Estaba rodeado por bestias feroces y por el diablo, en un lugar desolado y solitario. El Hijo de Dios estaba pálido y exhausto por causa del ayuno y el sufrimiento. Pero su camino estaba trazado, y debía cumplir la tarea que había venido a realizar. HR 203.2

Satanás se aprovechó de los sufrimientos del Hijo de Dios y se preparó para asediarlo con diversas tentaciones, con la esperanza de vencerlo ya que se había humillado y se había hecho hombre. El enemigo apareció con esta tentación: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. Tentó a Jesús a que aceptara dar pruebas de su carácter mesiánico por medio del ejercicio de su poder divino. Jesús le contestó con mansedumbre: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios”. Lucas 4:3, 4. HR 204.1

Satanás trataba de disputar con Jesús con respecto a su condición de Hijo de Dios. Se refirió a su debilidad y a sus sufrimientos, y con fanfarronería afirmó que era más fuerte que Cristo. Pero las palabras procedentes del cielo: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:22), fueron suficientes para sostener a Jesús durante todos sus sufrimientos. Vi que Cristo no tenía por qué convencer a Satanás de su poder y del hecho de que era el Salvador del mundo. Este disponía de suficiente evidencia de la exaltada posición y la autoridad del Hijo de Dios. Su indisposición para someterse a la autoridad de Cristo le había cerrado las puertas del cielo. HR 204.2

El enemigo, para manifestar su poder, llevó a Jesús a Jerusalén y lo ubicó sobre uno de los pináculos del templo, y allí lo tentó a que diera evidencia de que era Hijo de Dios arrojándose desde esa altura vertiginosa. El adversario pronunció estas palabras de la inspiración: “Porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, en las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra”. Jesús le respondió diciendo: “Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios”. Lucas 4:10-12. Satanás quería que Jesús se envalentonara con las misericordias de su Padre y que arriesgara su vida antes de cumplir su misión. Esperaba de ese modo que el plan de salvación fracasara; pero éste tenían fundamentos demasiado profundos para que el enemigo lo pudiera derribar o malograr. HR 204.3

Cristo es un ejemplo para todos los cristianos. Cuando se los tiente o se discutan sus derechos, deben soportar todo con paciencia. No deben creer que tienen derecho a invocar al Señor para que manifieste su poder con el fin de lograr la victoria sobre sus enemigos, a menos que de esa manera se honre y se glorifique directamente a Dios. Si Jesús se hubiera arrojado desde el pináculo del templo, no habría glorificado a su Padre, porque nadie hubiera sido testigo de ese acto sino sólo Satanás y los ángeles de Dios. Y habría sido tentar a Dios manifestar su poder frente a su más acerbo enemigo. Habría significado ceder ante aquel a quien había venido a vencer. HR 205.1

“Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero se la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”. Lucas 4:5-8. HR 205.2

Satanás presentó a Jesús los reinos de la tierra en su aspecto más atractivo. Si Jesús hubiera estado dispuesto a adorarlo, él se habría ofrecido a renunciar a sus pretensiones de poseer la tierra. Pero si el plan de salvación se cumplía plenamente y Jesús moría para redimir al hombre, Satanás sabía que su propio poder se reduciría, finalmente le sería arrebatado y sería destruido. Por lo tanto era su plan bien estudiado impedir, dentro de lo posible, el cumplimiento de esta gran obra que había sido comenzada por el Hijo de Dios. Si el plan para redimir al hombre fracasara, Satanás podría conservar el reino que en aquel entonces reclamaba. Y si lograba buen éxito, se alababa a sí mismo pensando que reinaría en oposición al Dios del cielo. HR 205.3