La Historia de la Redención

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La victoriosa súplica de Moisés

Moisés acudió al tabernáculo para conversar con Dios. “Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos. Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este pueblo con tu poder; y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego; y que has hecho morir a este pueblo como a un solo hombre; y las gentes que hubieran oído tu fama hablarán, diciendo: Por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto”. HR 165.1

Una vez más Moisés rehusó permitir que se destruyera a Israel y que se hiciera de él una nación más poderosa que ésta. Este fervoroso siervo de Dios manifestó de esa manera su amor por Israel y puso en evidencia su celo por la gloria de su Hacedor y el honor de su pueblo: “Tú has perdonado a este pueblo desde la salida de Egipto hasta ahora, has sido paciente y misericordioso hasta este momento frente a su ingratitud; por indignos que hayan sido, tu misericordia permanece inalterable”. Y a continuación rogó: “Por lo tanto, ¿no quisieras perdonarlos una vez más, y añadir otra muestra de tu divina paciencia a las muchas que ya has manifestado?” HR 165.2

“Entonces Jehová dijo: Yo lo he perdonado conforme a tu dicho. Mas tan ciertamente como vivo yo, y mi gloria llena toda la tierra, todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya diez veces, y no han oído mi voz, no verán la tierra de la cual juré a sus padres; no, ninguno de los que me han irritado la verá. Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión”. HR 166.1