La Historia de la Redención

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Las plagas

Los milagros de la vara que se convirtió en serpiente y del río que se convirtió en sangre no conmovieron el duro corazón de Faraón; por el contrario, sólo lograron que aumentara su odio por los israelitas. Las artimañas de los magos lo indujeron a creer que estos milagros se hacían por arte de magia, pero cuando desapareció la plaga de las ranas tuvo abundante evidencia de que no era así. Dios podría haberlas hecho desaparecer convirtiéndolas en polvo en un instante, pero no lo hizo para que después que desaparecieran el rey y los egipcios no dijeran que había sido obra de magia como la que sus magos podían llevar a cabo. Las ranas murieron y tuvieron que juntarlas en montones. Podían ver sus cuerpos muertos y verificar que contaminaban la atmósfera. En este caso el rey y todo Egipto tuvieron evidencias que su vana filosofía no pudo disipar, en el sentido de que esta obra no era fruto de la magia, sino un juicio del Dios del cielo. HR 119.2

Los magos no pudieron producir piojos. El Señor no permitió ni siquiera que lograran una apariencia, para su propia vista y la de los egipcios, de que podían producir la plaga de piojos. Quería que Faraón no tuviera la menor excusa para justificar su incredulidad. Obligó incluso a los magos mismos a declarar: “Dedo de Dios es éste”. HR 119.3

La siguiente plaga fue un enjambre de moscas. No se trataba de esas moscas inofensivas que suelen molestarnos en algunas épocas del año, pues las que descendieron sobre Egipto eran grandes y venenosas. Sus picaduras eran muy dolorosas tanto para los hombres como para los animales. Dios separó a su pueblo de los egipcios y no permitió que las moscas aparecieran por su territorio. HR 120.1

El Señor envió entonces una plaga dañina sobre el ganado, y al mismo tiempo preservó los animales de los hebreos para que ninguno de ellos muriera. A continuación vino una plaga de úlceras sobre hombres y animales, y ni siquiera los magos pudieron librarse de ella. Envió después sobre Egipto una plaga de granizo mezclado con fuego, relámpagos y truenos. Las plagas eran anunciadas de antemano para que nadie pudiera decir que se habían producido por casualidad. El Señor demostró a los egipcios que toda la tierra estaba a las órdenes del Dios de los hebreos: que el trueno, el granizo y la tormenta obedecían su voz. Faraón, el orgulloso rey que preguntó en cierta ocasión: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz?” se humilló y dijo: “He pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impíos”. Suplicó a Moisés que intercediera ante Dios por él, para que cesaran los terribles truenos y relámpagos. HR 120.2

El Señor envió a continuación una terrible plaga de langostas. El rey decidió que cayeran las plagas en vez de someterse a Dios. Sin remordimiento vio que su reino se abatía bajo el milagro de estos tremendos juicios. Dios envió entonces tinieblas sobre Egipto. La gente no sólo carecía de luz; la atmósfera, además, estaba enrarecida, de manera que resultaba difícil respirar, pero los hebreos gozaban de una atmósfera límpida y de luz en todas sus moradas. HR 120.3

Dios envió otra terrible plaga sobre Egipto, más tremenda que todas las anteriores. El rey y sus sacerdotes idólatras se oponían al último requerimiento de Moisés. Quería que se permitiera a los hebreos salir de Egipto. Moisés describió a Faraón y al pueblo de Egipto, como asimismo a los israelitas, la naturaleza y el efecto de la última plaga. Esa noche, tan terrible para los egipcios y tan gloriosa para el pueblo de Dios, se instituyó el solemne rito de la pascua. HR 121.1

Era sumamente duro para el rey egipcio y para su pueblo orgulloso e idólatra someterse a los requerimientos del Dios del cielo. El rey de Egipto se demoró muchísimo en ceder. Cuando se veía sumamente afligido cedía un poco; pero cuando la aflicción desaparecía trataba de negar todo lo que había prometido. Así cayeron sobre Egipto una plaga tras otra, y él cedía sólo lo que se veía obligado a ceder por causa de las terribles manifestaciones de la ira de Dios. Persistió en su rebelión incluso cuando la nación egipcia se hallaba en ruinas. HR 121.2

Moisés y Aarón describieron a Faraón la naturaleza de cada plaga que sobrevendría si no quería dejar salir a Israel. Cada vez esas plagas sobrevinieron exactamente como se las había predicho; no obstante, el rey no quiso ceder. Al principio sólo quería darles permiso para ofrecer sacrificios a Dios en la tierra de Egipto. Después, cuando la nación había sufrido ya bastante la ira de Dios, quería dejar salir sólo a los hombres. A continuación, cuando la nación egipcia estaba prácticamente destruida por la plaga de langostas, permitió que salieran también los niños y las esposas, pero no quería dejar salir al ganado. Entonces Moisés le dijo que el ángel de Dios quitaría la vida de su primogénito. HR 121.3

Cada plaga se acercaba más a él y era más dura, y ésta iba a ser más terrible que todas las otras. Pero el orgulloso rey estaba furioso y no quiso humillarse. Y cuando los egipcios vieron los grandes preparativos que estaban haciendo los israelitas para esa noche portentosa, se burlaron de la marca de sangre que vieron en sus puertas. HR 122.1