La Historia de la Redención

51/232

El ambiente influyó sobre Israel

Los egipcios se enteraron de las expectativas de liberación de los hijos de Israel, se burlaron de ellas y se referían irónicamente al poder de su Dios. Señalaban la situación de los israelitas, que eran sólo una nación de esclavos, y burlonamente les decían: “Si vuestro Dios es tan misericordioso, y si es más poderoso que los dioses egipcios, ¿por qué no los libra? ¿Por qué no manifiesta su grandeza, y por qué su poder no los exalta?” HR 116.3

Los egipcios entonces llamaban la atención de los israelitas a su propio pueblo, que adoraba dioses de su propia elección, y que según los israelitas eran falsos. Les decían alborozados que sus dioses les daban prosperidad, alimento, ropa y muchas riquezas, y que habían entregado a los israelitas en sus manos para que los sirvieran, y que disponían de poder para oprimirlos y aún quitarles la vida, de manera que dejaran de ser un pueblo. Se burlaban de la idea de que los hebreos alguna vez pudieran librarse de su esclavitud. HR 117.1

Faraón se vanagloriaba diciendo que le gustaría ver al Dios de los hebreos librándolos de sus manos. Estas palabras destruyeron las esperanzas de muchos hijos de Israel. Les parecía que era cierto lo que el rey y sus consejeros decían. Sabían que se los estaba tratando como esclavos, y que debían soportar exactamente el grado de opresión que sus capataces quisieran ejercer sobre ellos. Habían perseguido y dado muerte a sus hijos. Sus propias vidas eran una carga pesada, a pesar de que creían en el Dios del cielo y lo adoraban. HR 117.2

Entonces comparaban su condición con la de los egipcios. Estos no creían en absoluto en un Dios viviente capaz de salvar o destruir. Algunos de ellos adoraban ídolos, imágenes de madera y piedra, mientras otros rendían culto al sol, a la luna y a las estrellas; pero prosperaban y eran ricos. Algunos hebreos pensaban que si el Señor era superior a todos los dioses no los dejaría sometidos a la esclavitud en medio de una nación idólatra. HR 117.3

Los fieles siervos de Dios comprendían que el Señor había permitido que fueran a Egipto por causa de su infidelidad como pueblo y a su disposición a casarse con gente de otras naciones, para ser de ese modo arrastrados a la idolatría. Y declaraban firmemente ante sus hermanos que el Altísimo pronto los sacaría de Egipto y que quebrantaría el yugo de opresión. HR 118.1

Llegó el momento cuando el Señor iba a responder las oraciones de su pueblo oprimido, para sacarlo de Egipto con un despliegue tan grande de su poder, que los egipcios se verían obligados a reconocer que el Dios de los hebreos, a quien habían despreciado, era superior a todos los dioses. Los castigaría además por su idolatría y por sus orgullosas baladronadas acerca de las bendiciones que habrían derramado sobre ellos sus dioses inertes. El Señor iba a glorificar su nombre para que otras naciones pudieran oír algo acerca de su poder y temblaran ante lo extraordinario de sus acciones, y para que su pueblo, al presenciar sus obras milagrosas, se apartara definitivamente de la idolatría y le rindiera un culto sin mácula. HR 118.2

Al liberar a Israel de Egipto Dios manifestó plenamente sus misericordias especiales en favor de su pueblo en presencia de todos los egipcios. El Señor consideró adecuado ejecutar sus juicios sobre Faraón para que éste aprendiera por triste experiencia, ya que de otra manera no se convencería, que su poder era superior al de todos los demás. Para que su nombre fuera proclamado por toda la tierra, daría una prueba ejemplar y demostrativa a todas las naciones acerca de su poder divino y su justicia. Era el propósito de Dios que esta exhibición de poder fortaleciera la fe de su pueblo, de modo que su posteridad lo adorara siempre sólo a él, al que había llevado a cabo tantas misericordiosas maravillas en su favor. HR 118.3

Moisés declaró a Faraón, después que éste ordenó que los israelitas hicieran ladrillos sin proporcionarles paja, que el Dios a quien pretendía desconocer lo obligaría a someterse a sus requerimientos y a aceptar su autoridad como gobernante supremo. HR 119.1