La Historia de la Redención

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José en Egipto

Los hermanos de José se propusieron matarlo primero, pero finalmente se conformaron con venderlo como esclavo para impedir que llegara a ser superior a ellos. Pensaban que lo habían enviado a donde no los molestaría más con sus sueños, y donde no existía la menor posibilidad de que se cumplieran. Pero Dios empleó los procedimientos de ellos para que precisamente se cumpliera lo que habían resuelto que jamás ocurriese: que él se enseñoreara de ellos. HR 103.1

El Señor no permitió que José fuera solo a Egipto. Los ángeles prepararon el camino para la recepción que allí se le iba a dar. Potifar, funcionario de la corte de Faraón, capitán de la guardia, lo compró a los ismaelitas. Y el Altísimo estuvo con José, le dio prosperidad y le ganó la simpatía de su amo, de tal manera que éste encomendó al cuidado del joven todo lo que poseía. “Y dejó todo lo que tenía en manos de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna sino del pan que comía”. Se consideraba abominación que un hebreo preparara alimentos para un egipcio. HR 103.2

Cuando se lo tentó para que se desviara de la senda recta, para que violara la ley de Dios y traicionara a su amo, resistió firmemente y dio evidencias del poder elevador del temor de Dios en la respuesta que dio a la esposa de su señor. Después de referirse a la gran confianza de éste, y al hecho de que le había confiado todo lo que tenía, exclamó: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal y pecaría contra Dios?” Nadie lograría que se desviara de la senda de la justicia para que pisoteara la ley de Dios ni con halagos ni con amenazas. HR 103.3

Cuando se lo acusó falsamente de haber cometido un nefando crimen, no se hundió en la desesperación. Consciente de su inocencia y su justicia continuó confiando en Dios. Y el Señor, que lo había sostenido hasta ese momento, no lo abandonó. Fue aherrojado y lanzado a una lóbrega celda. Pero el Señor convirtió en bendición incluso esa desgracia. Suscitó la simpatía del encargado de la prisión, y pronto José estuvo a cargo de todos los presos. HR 104.1

Aquí tenemos un ejemplo para todas las generaciones de creyentes que habrían de vivir sobre la tierra. Aunque estén expuestos a la tentación debieran saber que hay una defensa al alcance de la mano, y que si finalmente no reciben protección será por su propia culpa. Dios será un pronto auxilio y su Espíritu será un escudo. Aunque estén rodeados de las más terribles tentaciones hay una fuente de fortaleza a la cual pueden recurrir para resistirlas. HR 104.2

¡Cuán tremendo fue el embate que se lanzó contra la naturaleza moral de José! Provino de alguien que ejercía influencia, de una persona bien preparada para desviarlo. No obstante, con cuánta prontitud y firmeza resistió. Sufrió por causa de su virtud y su integridad, porque la que quería desviarlo se vengó de la integridad que no pudo derrotar, y gracias a su influencia lo envió a prisión, acusándolo falsamente de un delito que no había cometido. José sufrió entonces porque no quiso claudicar. Había puesto su reputación y sus intereses en las manos de Dios. Y aunque se permitió que fuera afligido por cierto tiempo, para prepararlo con el fin de que ocupara un puesto importante, el Señor protegió esa reputación que había sido ensombrecida por una malvada acusadora, y más tarde, a su debido tiempo, permitió que aquélla resplandeciera. Dios usó incluso de la prisión como un camino que lo conduciría a su elevación. La virtud proporcionará a su debido tiempo su propia recompensa. El escudo que protegía el corazón de este joven era el temor de Dios, que lo indujo a ser fiel y justo con su amo, y leal a su Señor. HR 104.3

Aunque José fue exaltado y llegó a ocupar el cargo de gobernante de toda la tierra, no se olvidó del Señor. Sabía que era extranjero en tierra extraña, que estaba separado de su padre y de sus hermanos que a menudo lo habían entristecido, pero creía firmemente que la mano del Altísimo había dirigido todo para que ocupara un puesto importante. A la par que dependía de Dios constantemente, cumplía con fidelidad los deberes de su cargo como gobernador de la tierra de Egipto. HR 105.1

José caminó con Dios. No permitió que se lo desviara de la senda de la justicia para desobedecer la ley de Dios ni con halagos ni con amenazas. Su dominio propio y su paciencia en la adversidad, y su inalterable fidelidad, han quedado registrados para beneficio de todos los que habrían de vivir más tarde sobre la tierra. Cuando sus hermanos reconocieron su pecado en su presencia, los perdonó ampliamente y manifestó mediante sus actos generosos y amantes que no albergaba resentimiento por la forma cruel como lo habían tratado previamente. HR 105.2