La Historia de la Redención

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La prueba suprema de su fe

De nuevo el Señor consideró conveniente probar la fe del patriarca por medio de una prueba tremenda. Si hubiera soportado la primera prueba y hubiera aguardado con paciencia que la promesa se cumpliera en Sara, y no hubiera tomado a Agar por esposa, no habría sido sometido a la prueba más dura que haya experimentado hombre alguno. El Señor le ordenó: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moria, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. HR 82.3

Abrahán no fue incrédulo ni vacilante; por el contrario, muy temprano, de mañana, tomó dos de sus siervos e Isaac, su hijo, junto con la leña para el holocausto, y se fue en dirección del lugar acerca del cual el Señor le había hablado. Nada dijo a Sara acerca de la naturaleza de su viaje, porque sabía cuánto amaba a Isaac, y que ese afecto la induciría a desconfiar de Dios y a no entregar a su hijo. El patriarca no permitió que el amor paternal lo dominara y lo indujera a rebelarse contra Dios. El mandamiento del Señor había sido calculado para sacudirlo profundamente. “Toma ahora a tu hijo”. Y entonces, como para probar un poco más su corazón, añadió: “Tu único, Isaac, a quien amas”; es decir, al único hijo de la promesa, “y ofrécelo allí en holocausto”. HR 83.1

Durante tres días este padre viajó con su hijo y tuvo suficiente tiempo para pensar y dudar de Dios si se hubiera sentido inclinado a ello. Pero no lo hizo. Tampoco pensó que la promesa se cumpliría ahora por medio de Ismael, porque Dios le había dicho con toda seguridad que por medio de Isaac se cumpliría finalmente. HR 83.2

Abrahán creía que Isaac era el hijo de la promesa. También creía que Dios había hablado con claridad cuando le ordenó que lo ofreciera en holocausto. No dudó de la promesa de Dios; en cambio creyó que si el Señor, que en su providencia había permitido que Sara tuviera un hijo en su vejez, le había pedido que tomara la vida de su hijo, se la podría dar de nuevo y levantar a Isaac de entre los muertos. HR 83.3

El patriarca dejó a los siervos a mitad de camino y se decidió a ir solo con su hijo para adorar al Señor un poco más allá. No podía permitir que lo acompañaran y que impulsados por su amor a Isaac se sintieran inducidos a impedir que se cumpliera lo que Dios le había ordenado hacer. Tomó la leña de manos de ellos y la cargó sobre los hombros de su hijo. También llevó el fuego y el cuchillo. Estaba listo para cumplir la terrible misión que Dios le había encomendado. El padre y el hijo caminaban juntos. HR 84.1

“Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos”. El decidido, amante y sufrido padre avanzó con firmeza al lado de su hijo. Cuando llegaron al lugar que Dios le había señalado levantó un altar allí y puso la leña en orden lista para el sacrificio, y entonces informó a Isaac que Dios le había mandado ofrecerlo en holocausto. Le repitió la promesa que el Señor le había hecho varias veces, de que por medio de él llegaría a ser una gran nación, y que al cumplir la orden de Dios de quitarle la vida Dios cumpliría su promesa porque era capaz de levantarlo de entre los muertos. HR 84.2