La Historia de la Redención

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Capítulo 67—La tierra nueva

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron”. Apocalipsis 21:1. El fuego que consume a los malvados purifica la tierra. Todo rasgo de maldición desaparece. Ningún infierno eterno mostrará a los redimidos las terribles consecuencias del pecado. Sólo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las marcas de su crucifixión. En su frente herida, sus manos y sus pies, se encuentran los únicos vestigios de la cruel obra que el pecado realizó. HR 450.1

“Oh torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion, hasta ti vendrá el señorío primero”. Miqueas 4:8. El reino perdido por el pecado fue recuperado por Cristo, y los redimidos lo poseerán juntamente con él. “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella”. Salmos 37:29. El temor de materializar demasiado la herencia de los santos ha inducido a muchos a espiritualizar las mismas verdades que nos permiten considerar que la nueva tierra es nuestro hogar. Cristo aseguró a sus discípulos que había ido a preparar moradas para ellos. Los que aceptan las enseñanzas de la Palabra de Dios no serán totalmente ignorantes acerca de las mansiones celestiales. Y sin embargo el apóstol Pablo declaró: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. 1 Corintios 2:9. El lenguaje humano es inadecuado para describir la recompensa de los justos. Sólo podrá ser conocida por los que la contemplen. Ninguna mente finita puede comprender la gloria del paraíso de Dios. HR 450.2

En la Biblia a la heredad de los salvados se la llama patria. Hebreos 11:14-16. Allí el gran Pastor conduce a su rebaño a fuentes de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones. Hay ríos de aguas corrientes, claras como el cristal, y en sus márgenes los árboles que siempre se mecen proyectan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las amplias planicies desembocan en colinas hermosas, y las montañas de Dios yerguen sus elevados picos. En esas pacíficas planicies, junto a las corrientes vivas, el pueblo de Dios, por tanto tiempo peregrino y errante, encontrará un hogar. HR 451.1