La Historia de la Redención

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Capítulo 52—El clamor de medianoche

“Y tardandose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas”. Mateo 25:5-7. HR 387.1

En el verano de 1844 los adventistas descubrieron el error cometido en su anterior cálculo de los períodos proféticos, y llegaron a la conclusión correcta. Los 2.300 días de Daniel 8:14, que todos creían llegaban hasta la segunda venida de Cristo, se creía que terminaban en la primavera de 1844; pero entonces se vio que ese período se extendía hasta el otoño de ese mismo año, y la mente de los adventistas se fijó en esa fecha como el momento de la aparición del Señor. La proclamación de este mensaje, relativo a un tiempo definido, fue otro paso en el cumplimiento de la parábola de las bodas, cuya aplicación a la experiencia de los adventistas ya ha sido claramente demostrada. HR 387.2

Así como en la parábola el clamor se oyó a medianoche anunciando la proximidad del esposo, lo mismo ocurrió en el cumplimiento, entre la primavera de 1844, cuando se supuso primeramente que terminarían los 2.300 días, y el otoño de 1844, cuando se verificó posteriormente que en efecto ocurriría. Se levantó entonces un clamor con las mismas palabras de la Escritura: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” HR 387.3

Como una marea el movimiento avanzó por todo el país. De ciudad en ciudad, de aldea en aldea, fue hasta los lugares más remotos de la nación, hasta que el expectante pueblo de Dios se despertó plenamente. El fanatismo desapareció ante esa proclamación, como la helada matutina ante el sol naciente. Los creyentes una vez más verificaron que su convicción, su esperanza y su valor animaban sus corazones. HR 388.1

La obra estaba libre de los extremismos que siempre se manifiestan cuando la excitación humana no está bajo la influencia dominante de la Palabra y el Espíritu de Dios. Se parecía a esos períodos de humillación y de vuelta al Señor que se manifestaban en el Antiguo Israel después de los mensajes de reprobación de los siervos de Dios. Tenía las características que han distinguido a la obra de Dios en todas las épocas. No había mucho éxtasis gozoso, pero sí mucho profundo examen de conciencia, confesión de pecados y abandono del mundo. La preparación para salir al encuentro del Señor era la grave preocupación de los espíritus agonizantes. Había oración perseverante y consagración a Dios sin reservas. HR 388.2

El clamor de medianoche no se basaba tanto en los argumentos, aunque la prueba bíblica era clara y concluyente. Avanzó con un impulso poderoso que conmovía el alma. No había duda ni discusión. En ocasión de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, la gente que se había reunido de todas partes del país para celebrar la fiesta se dirigió al Monte de las Olivas y, al reunirse con la multitud que escoltaba a Jesús, se dejó posesionar por la inspiración del momento y contribuyó a ampliar el clamor que decía: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” Mateo 21:9. De la misma manera los incrédulos que se congregaban en las reuniones adventistas—algunos por curiosidad, otros sólo para reírse—sintieron el poder convincente que acompañaba a este mensaje: “¡Aquí viene el esposo!” HR 388.3

En aquel tiempo se manifestó tal fe que las oraciones obtenían respuesta, una fe que se aferraba a la recompensa. Como lluvia sobre la tierra sedienta, el Espíritu de gracia descendió sobre los fervorosos buscadores. Los que esperaban encontrarse pronto frente a su Redentor experimentaron una solemne e indecible alegría. El poder suavizante y subyugador del Espíritu Santo enternecía los corazones a medida que cada onda de la gloria de Dios descendía sobre los fieles creyentes. HR 389.1

Cuidadosa y solemnemente los que recibían el mensaje llegaron al momento cuando esperaban encontrarse con su Señor. Creían que su primer deber consistía en asegurarse cada mañana de que habían sido aceptados por Dios. Sus corazones estaban estrechamente unidos y oraban mucho los unos por los otros. A menudo se encontraban en lugares aislados para estar en comunión con el Señor, y la oración intercesora ascendía al cielo desde los campos y huertas. La seguridad de la aprobación del Salvador era más necesaria para ellos que su alimento diario, y si una nube oscurecía sus mentes no descansaban hasta disiparla. Al experimentar el testimonio de la gracia perdonadora deseaban contemplar a Aquel a quien sus almas amaban. HR 389.2