La Historia de la Redención

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Desilusionados pero no abandonados

Pero nuevamente tendrían que soportar una desilusión. El tiempo de espera pasó, y el Salvador no vino. Con inconmovible confianza habían esperado su venida, y ahora se sentían como María cuando al llegar a la tumba del Salvador y al encontrarla vacía exclamó: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. Juan 20:13. HR 389.3

Un sentimiento de temor, un miedo de que el mensaje pudiera ser verdadero, sirvió por un tiempo para refrenar al mundo incrédulo. Cuando pasó el tiempo ese miedo no desapareció inmediatamente; no se atrevieron a manifestar su triunfo sobre los desilusionados, pero como no vieron señales de la ira de Dios, se recuperaron de sus temores y reiniciaron sus ataques y sus burlas. Una gran cantidad de los que había profesado creer en el pronto retorno del Señor renunció a su fe. Algunos, que habían tenido mucha confianza, se sintieron tan profundamente heridos en su orgullo que les parecía que lo mejor era huir del mundo. Como Jonás se quejaron de Dios, y querían morir y no seguir viviendo. Los que habían basado su fe en las opiniones de los demás y no en la Palabra del Señor, estaban igualmente dispuestos ahora a cambiar de opinión. Los burladores lograron que los débiles y cobardes se unieran a sus filas, y todos se juntaron para afirmar que ya no había motivos para temer ni esperar nada. El momento había pasado, el Señor no había venido, y el mundo seguiría como siempre por miles de años más. HR 390.1

Los creyentes fervorosos y sinceros habían abandonado todo por Cristo, y habían compartido su presencia como nunca antes. Como creían que habían dado el último mensaje de amonestación al mundo y esperaban que pronto serían recibidos para gozar de la compañía de su divino Maestro y los ángeles del cielo, se habían apartado en gran medida de la multitud incrédula. Con intenso anhelo habían orado: “¡Ven, Señor Jesús, ven pronto!” Pero él no había venido. Y ahora tener que aceptar la pesada carga nuevamente de los cuidados y perplejidades de la vida, y soportar las burlas de un mundo escarnecedor, era sin duda una prueba terrible de fe y paciencia. HR 390.2

Sin embargo, esta desilusión no era tan grande como la que experimentaron los discípulos en ocasión del primer advenimiento de Cristo. Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén sus seguidores creyeron que estaba a punto de ascender al trono de David y librar a Israel de sus opresores. Llenos de esperanza y gozo anticipado competían unos con otros en rendir honores a su Rey. Muchos, a su paso, tendían sus mantos como una alfombra, o extendían ante él frondosas ramas de palmera. En su entusiasmo y su alegría se unían en esta festiva aclamación: “¡Hosanna al Hijo de David!” HR 391.1

Cuando los fariseos, perturbados y airados por esa manifestación de júbilo, querían que Jesús reprendiera a sus discípulos, él respondió: “Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían”. Lucas 19:40. La profecía debía cumplirse. Los discípulos estaban llevando a cabo el propósito de Dios; pero estaban condenados a experimentar un amargo desengaño. Sólo pasaron unos pocos días y ya tuvieron que presenciar la dolorosa muerte de su Salvador y llevarlo hasta la tumba. Sus expectativas no se habían cumplido en absoluto, y sus esperanzas murieron con Jesús. Sólo cuando el Señor salió triunfante de la tumba pudieron darse cuenta de que todo había sido predicho por la profecía, y “que era necesario que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos”. Hechos 17:3. De igual manera se cumplió la profecía en los mensajes del primer ángel y del segundo. Fueron dados en el momento preciso, y cumplieron la obra que Dios les había asignado. HR 391.2

El mundo había estado observando con la esperanza de que si el momento pasaba y Cristo no venía toda la estructura del adventismo se desmoronaría. Pero si bien es cierto muchos abandonaron su fe bajo la fuerte presión de la tentación, hubo algunos que permanecieron firmes. No podían descubrir ningún error en su cálculo de los períodos proféticos. Sus opositores más capaces no habían logrado que depusieran su actitud. A decir verdad, había habido una falla en relación con el acontecimiento esperado, pero ni siquiera eso podía sacudir su fe en la Palabra de Dios. HR 392.1

El Señor no abandonó a su pueblo; su Espíritu siguió acompañando a los que no negaron temerariamente la luz que habían recibido, ni atacaron al movimiento adventista. El apóstol Pablo, al dirigir su mirada a través de las edades, escribió palabras de ánimo y advertencia para los fieles y expectantes probados en esa hora de crisis: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”. Hebreos 10:35-39. HR 392.2

Su única conducta segura consistía en conservar la luz que ya habían recibido de Dios, aferrarse firmemente a sus promesas, y seguir escudriñando las Escrituras, y esperar y velar pacientemente para recibir más luz. HR 392.3