La Historia de la Redención

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Capítulo 51—El mensaje del segundo ángel

Las iglesias que no quisieron recibir el mensaje del primer ángel rechazaron la luz del cielo. El mensaje fue enviado misericordiosamente a fin de despertarlas para que vieran su verdadera condición de mundanalidad y apostasía y trataran de prepararse para salir al encuentro del Señor. HR 382.1

El mensaje del primer ángel se dio para separar a la iglesia de Cristo de la influencia corruptora del mundo. Pero para la multitud, incluso de profesos cristianos, las ligaduras que los ataban a la tierra eran más fuertes que los atractivos celestiales. Decidieron escuchar la voz de la sabiduría mundanal y rechazaron el mensaje de la verdad, que escudriña el corazón. HR 382.2

El Señor concede luz para que sea apreciada y obedecida, no para que sea despreciada y rechazada. La luz que él envía se transforma en tinieblas para quienes la rechazan. Cuando el Espíritu de Dios no imprime más la verdad en los corazones humanos, escucharla es superfluo y lo es también toda predicación. HR 382.3

Cuando las iglesias desdeñaron el consejo de Dios al rechazar el mensaje adventista, el Señor a su vez las rechazó. El primer ángel fue seguido por un segundo que proclamaba: “Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación”. Apocalipsis 14:8. Los adventistas entendieron que este mensaje era un anunció de la caída moral de las iglesias como consecuencia de su rechazamiento del primer mensaje. La proclama: “Ha caído Babilonia” se dio en el verano de 1844, y como resultado de ella cerca de cincuenta mil personas abandonaron esas iglesias. HR 382.4

Los que predicaron el primer mensaje no tenían ni el propósito ni el deseo de causar división en las iglesias o de formar organizaciones separadas. “En todas mis labores—dijo Guillermo Miller—nunca tuve el deseo o el pensamiento de fundar una organización separada de las ya existentes, o de beneficiar a una en detrimento de otra. Quería beneficiar a todas. Puesto que suponía que todos los cristianos se regocijarían ante la perspectiva de la venida de Cristo, y que los que no opinaran como yo no por eso amarían menos a los que abrazaran esta doctrina, nunca pensé que hubiera necesidad de celebrar reuniones separadas. Mi único objeto era convertir almas a Dios, notificar al mundo acerca del juicio venidero, e inducir a mis hermanos a preparar sus corazones para salir en paz al encuentro del Señor. La gran mayoría de los que se convirtieron como resultado de mis labores se unieron a las diversas iglesias ya existentes. Cuando algunos vinieron a preguntarme con respecto a su deber, siempre les dije que fueran adonde se sintieran en casa; y nunca favorecí a una denominación en particular en mis consejos a tales personas”. HR 383.1

Por algún tiempo muchas iglesias aceptaron su obra, pero cuando rechazaron la verdad del advenimiento intentaron eliminar toda disensión al respecto. Los que habían abrazado la doctrina fueron puestos de esa manera en una situación de gran prueba y perplejidad. Amaban sus iglesias y no querían separarse de ellas; pero cuando se los ridiculizó y se los oprimió, y se les negó el privilegio de hablar de su esperanza, o de asistir a las reuniones donde se predicaba acerca de la venida del Señor, muchos finalmente se levantaron y se liberaron del yugo que se les había impuesto. HR 383.2

Los adventistas, cuando vieron que las iglesias rechazaban el testimonio de la Palabra de Dios, no pudieron considerarlas más como parte de la iglesia de Cristo, “columna y baluarte de la verdad”, y cuando el mensaje de la caída de Babilonia comenzó a anunciarse, se sintieron justificados al separarse de sus antiguas relaciones. HR 384.1

Desde que se rechazó el primer mensaje, un cambio lamentable ha ocurrido en las iglesias. Puesto que la verdad ha sido menospreciada, se ha recibido el error y se lo ha alentado. El amor por Dios y la fe en su Palabra se han enfriado. Las iglesias contristaron al Espíritu de Dios, y en gran medida éste se retiró de ellas. HR 384.2