La Historia de la Redención

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La oposición

La proclamación de un momento definido para la venida de Cristo despertó la gran oposición de mucha gente de todas las clases, desde el ministro en el púlpito hasta el más osado pecador. “¡Nadie sabe ni el día ni la hora!” decía a la vez el hipócrita ministro y el burlador más atrevido. Cerraron sus oídos a las claras y armoniosas explicaciones del texto que daban los que se referían al fin de los períodos proféticos y a las señales que Cristo mismo había anunciado como pruebas de su advenimiento. HR 377.2

Muchos de los que profesaban amar al Salvador declararon que no se oponían a la predicación de su venida; sólo objetaban la fijación de un momento definido. El ojo de Dios que todo lo ve leía lo que había en los corazones. No querían escuchar que Cristo vendría para juzgar al mundo con justicia. Habían sido siervos infieles, sus obras no podrían resistir la inspección del Dios que escudriña los corazones, y temían encontrarse con su Señor. Como los judíos en ocasión del primer advenimiento de Cristo, no estaban preparados para dar la bienvenida a Jesús. Satán y sus ángeles se regocijaron y vituperaron a Cristo y a sus santos ángeles porque su profeso pueblo lo amaba tan poco que no deseaba que regresara. HR 378.1

Los atalayas infieles estorbaban el progreso de la obra de Dios. Cuando la gente comenzaba a inquietarse, y a buscar el camino de la salvación, esos dirigentes se interponían entre ellos y la verdad y trataban de calmar sus temores mediante falsas interpretaciones de la Palabra de Dios. A esa obra se unieron Satanás y los ministros no consagrados para clamar: “¡Paz, paz!” cuando Dios no había hablado de paz. Como los fariseos de los días de Cristo muchos no quisieron entrar en el reino de los cielos y se lo impidieron a los que estaban por entrar. La sangre de esas almas les será requerida. HR 378.2

Por donde se proclamaba el mensaje de la verdad, los miembros de iglesia más humildes y consagrados eran los primeros en recibirlo. Los que estudiaban la Biblia por sí mismos no podían dejar de verificar el carácter antibíblico de las ideas populares acerca de la profecía, y donde la gente no era engañada por los esfuerzos del clero para confundir y pervertir la fe, sólo había que comparar la doctrina del advenimiento con las Escrituras para establecer su divina autoridad. HR 378.3

Muchos fueron perseguidos por sus hermanos incrédulos. Para conservar sus cargos en la iglesia algunos resolvieron mantener su esperanza en silencio, pero otros creyeron que la lealtad a Dios no les permitía ocultar las verdades que el Señor les había confiado. No pocos fueron separados de la comunión de la iglesia solamente por manifestar su creencia en la venida de Cristo. Muy preciosas fueron las palabras del profeta para quienes soportaron la prueba de su fe: “Vuestros hermanos que os aborrecen, y os echan fuera por causa de mi nombre, dijeron: Jehová sea glorificado. Pero él se mostrará para alegría vuestra, y ellos serán confundidos”. Isaías 66:5. HR 379.1

Los ángeles de Dios observaron con profundo interés cuál sería el resultado de esta amonestación. Cuando las iglesias en conjunto rechazaron el mensaje, éstos se apartaron de ellas con tristeza. Pero había numerosos miembros que aún no habían sido probados en cuanto a la verdad del advenimiento. Muchos fueron engañados por sus esposos, esposas, padres o hijos, y fueron inducidos a creer que era pecado escuchar las herejías que enseñaban los adventistas. Los ángeles recibieron la orden de velar fielmente por esas almas, porque otra luz había de brillar sobre ellos proveniente del trono de Dios. HR 379.2