La Historia de la Redención

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Un gran reavivamiento religioso

Por todas partes se oyó el penetrante testimonio que advertía a los pecadores, tanto mundanos como miembros de iglesia, para que huyeran de la ira venidera. Como Juan el Bautista, el precursor de Cristo, los predicadores hincaron el hacha en la raíz del árbol e instaron a todos a dar frutos dignos de arrepentimiento. Sus conmovedores llamados contrastaban señaladamente con las afirmaciones de paz y seguridad que se escuchaban desde los púlpitos populares, y doquiera se daba el mensaje conmovía a la gente. HR 375.2

El sencillo y directo testimonio de las Escrituras, introducido en el alma por el poder del Espíritu Santo, resultaba tan convincente que pocos eran capaces de resistirlo totalmente. Los que profesaban ser religiosos descubrían que estaban confiando en una falsa seguridad. Vieron su apostasía, su mundanalidad, su incredulidad, su orgullo y su egoísmo. Muchos buscaron al Señor arrepentidos y humillados. Los afectos que por tanto tiempo habían depositado en las cosas terrenales los depositaron entonces en el cielo. El Espíritu de Dios descendió sobre ellos, y con corazones ablandados y subyugados se unieron con los que proclamaban: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado”. Apocalipsis 14:7. HR 376.1

Los pecadores preguntaban llorando: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Aquellos cuyas vidas estaban manchadas por la deshonestidad anhelaban hacer restitución. Todos los que encontraban paz en Cristo ansiaban que otros compartieran esa bendición. Los corazones de los padres se volvieron a los hijos, y los de éstos a sus padres. Las barreras del orgullo y la reserva desaparecieron. Se hicieron confesiones sinceras, y los miembros de la familia trabajaron para la salvación de sus seres queridos. HR 376.2

A menudo se oían fervorosas intercesiones. Por todas partes había almas profundamente angustiadas que intercedían ante Dios. Muchos lucharon toda la noche en oración para estar seguros de que sus pecados habían sido perdonados, o por la conversión de parientes y vecinos. La fe ferviente y decidida lograba sus propósitos. Si el pueblo de Dios hubiera continuado siendo tan importuno en la oración, para presentar sus peticiones ante el trono de la gracia, tendría una experiencia mucho más rica de la que ahora posee. Hay muy poca oración, muy poca comprensión verdadera de pecado, y la falta de una fe viviente deja a muchos destituidos de la gracia tan ricamente provista por nuestro misericordioso Redentor. HR 376.3

Toda clase de gente se congregaba en las reuniones adventistas. Los ricos y los pobres, los encumbrados y los humildes estaban, por diversos motivos, ansiosos de escuchar por sí mismos la doctrina del segundo advenimiento. El Señor mantenía en jaque el espíritu de oposición mientras sus siervos exponían las razones de su fe. A veces los instrumentos eran débiles; pero el Espíritu de Dios daba poder a su verdad. La presencia de los santos ángeles se sentía en esas reuniones, y muchos se unían diariamente a los creyentes. Cuando se repetían las evidencias del pronto regreso de Cristo, vastas multitudes escuchaban esas solemnes palabras en completo silencio. Parecía que el cielo y la tierra se acercaban. El poder de Dios se manifestaba entre los jóvenes, los ancianos y la gente madura. Regresaban a sus hogares con alabanzas en los labios, y alegres voces resonaban en el aire tranquilo de la noche. Ninguno de los que asistió a esas reuniones podrá olvidar jamás esas escenas tan profundamente interesantes. HR 377.1