La Historia de la Redención

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Capítulo 35—Organización evangélica

Este capítulo está basado en Hechos 6:1-7.

“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria”. Estos griegos procedían de otros países, donde se hablaba el griego. La mayor parte de los conversos eran judíos que hablaban hebreo; pero éstos vivían en el Imperio Romano y sólo hablaban griego. Comenzaron a suscitarse murmuraciones entre ellos de que las viudas de lengua griega no recibían una ayuda tan generosa como las indigentes hebreas. Cualquier parcialidad de esta clase hubiera sido ofensiva para Dios; y rápidamente se tomaron medidas para restaurar la paz y la armonía entre los creyentes. HR 270.1

El Espíritu Santo sugirió un método por medio del cual los apóstoles podrían ser aliviados de la tarea de distribuir ayudas a los pobres, y otras responsabilidades similares, de manera que pudieran estar libres para predicar a Cristo. “Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la Palabra”. HR 270.2

De acuerdo con esto la iglesia seleccionó siete hombres llenos de fe y de la sabiduría del Espíritu de Dios, para que atendieran los asuntos relativos a la causa. Se eligió primero a Esteban; era judío de nacimiento y religión, pero hablaba griego y estaba bien versado en las costumbres y las maneras de los griegos. Se consideró que era la persona más apropiada para estar al frente de la tarea de supervisar y distribuir los fondos destinados a las viudas, los huérfanos y los pobres. Esta selección satisfizo a todos, de modo que se calmaron la insatisfacción y las murmuraciones. HR 271.1

Los siete elegidos fueron solemnemente separados para el cumplimiento de sus deberes mediante la oración y la imposición de manos. Los que fueron así ordenados no quedaron excluidos por ello de la enseñanza de la fe. Por el contrario, se nos dice que “Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo”. Estaban plenamente capacitados para dar instrucción con respecto a la verdad. Eran también hombres de juicio sereno y discreción, bien calculados para tratar casos difíciles de pruebas, murmuraciones o celos. HR 271.2

La elección de estos hombres para que trataran los asuntos de la iglesia, de manera que los apóstoles quedaran libres para llevar a cabo su tarea especial de enseñar la verdad, recibió en gran medida la bendición de Dios. La iglesia progresó en cantidad y fortaleza. “Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. HR 271.3

Es necesario que el mismo orden y sistema se mantengan en la iglesia ahora como en los días de los apóstoles. La prosperidad de la causa depende en gran medida de que sus diversos departamentos estén a cargo de hombres hábiles bien capacitados para ocupar sus puestos. Los elegidos de Dios para ser dirigentes en su causa, para supervigilar los intereses espirituales de la iglesia, debieran ser aliviados, tanto como resulte posible, de los cuidados y perplejidades de naturaleza temporal. Los llamados por Dios para ministrar en palabra y doctrina debieran disponer de tiempo para la meditación, la oración y el estudio de las Escrituras. Su fino discernimiento espiritual se embota cuando se explayan en los detalles menores de los negocios y tienen que ver con los diversos temperamentos de los que participan en las actividades de la iglesia. Es adecuado que todos los asuntos de naturaleza temporal sean sometidos a la consideración de los administradores correspondientes para que les den el curso conveniente. Pero si son tan difíciles que su sabiduría no alcanza para resolverlos, debieran ser sometidos al consejo de los que tienen la misión de sobrevigilar la obra de la iglesia entera. HR 271.4