La Historia de la Redención

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En la sala del tribunal

La multitud pedía a gritos la sangre de Jesús. Lo azotaron cruelmente, lo cubrieron con una vieja túnica real color púrpura, y ciñeron su sagrada frente con una corona de espinas. Le pusieron una caña en la mano, se inclinaron ante él y para burlarse lo saludaron diciéndole: “¡Salve, rey de los judíos!” Juan 19:3. Entonces tomaron la caña que tenía en la mano y le golpearon la cabeza de modo que las espinas penetraron en sus sienes y la sangre comenzó a correr por su rostro y su barba. HR 221.1

A los ángeles les costaba soportar ese espectáculo. Hubieran querido librar a Jesús, pero el ángel comandante lo impidió, diciéndoles que había que pagar un gran rescate por el hombre; pero añadió que sería completo y que provocaría la muerte del que tenía el imperio de la muerte. Jesús sabía que los ángeles estaban presenciando la escena de su humillación. El más débil de entre ellos podría haber conseguido que esa multitud burladora cayera inerme y podría haber librado al Señor. Sabía que si se lo solicitaba a su Padre, los ángeles lo librarían inmediatamente. Pero era necesario que soportara la violencia de los hombres para poder llevar a cabo el plan de salvación. HR 221.2

El Maestro permaneció manso y humilde delante de la furiosa multitud, mientras cometían con él los abusos más viles. Escupieron su rostro, ese rostro del cual un día querrán ocultarse, que dará luz a la ciudad de Dios y que resplandecerá más que el sol. Cristo no lanzó una mirada de enojo a sus ofensores. Cubrieron su cabeza con una vieja prenda de vestir para impedirle ver, y entonces le abofetearon el rostro mientras clamaban: “Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?” Lucas 22:64. Hubo conmoción entre los ángeles. Hubieran rescatado inmediatamente a Jesús, pero el ángel comandante no lo permitió. HR 222.1

Algunos de sus discípulos habían recuperado la suficiente confianza como para entrar donde él se hallaba y presenciar el juicio. Esperaban que manifestara su poder divino y se librara de manos de sus enemigos y los castigara por su crueldad hacia él. Sus esperanzas ascendían y descendían según iban sucediéndose las distintas escenas. A veces dudaban y temían haber sido engañados. Pero la voz que oyeron en el monte de la transfiguración, y la gloria que contemplaron, fortaleció su fe de que él era el Hijo de Dios. Recordaron las escenas de las que habían sido testigos, los milagros que habían visto hacer a Jesús al sanar a los enfermos, abrir los ojos de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, reprender y echar los demonios, resucitar a los muertos, y hasta calmar el viento y el mar. HR 222.2

No podían creer que tuviera que morir. Esperaban que todavía se levantara con poder, y que con su voz llena de autoridad dispersara a la multitud sedienta de sangre, como cuando entró en el templo y despidió a los que estaban haciendo un mercado de la casa de Dios, cuando huyeron de delante de su presencia como si los persiguiera un grupo de soldados armados. Los discípulos esperaban que Jesús manifestara su poder y convenciera a todos de que era el rey de Israel. HR 222.3