La Historia de la Redención

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La confesión de Judas

Judas se llenó de amargo remordimiento y vergüenza por su infamia al traicionar a Cristo. Y cuando observó el maltrato que tuvo que soportar el Salvador, se sintió abrumado. Había amado a Jesús, pero más aún al dinero. No creyó que el Señor permitiera que lo prendieran los hombres que él había conducido. Esperaba que realizara un milagro para librarse de ellos. Pero cuando vio la multitud enfurecida en la sala del tribunal, sedienta de sangre, sintió profundamente su culpa; y mientras muchos acusaban con vehemencia a Jesús, Judas avanzó impetuosamente en medio de la multitud, para confesar que había pecado al traicionar sangre inocente. Ofreció a los sacerdotes el dinero que le habían pagado, y les rogó que dejaran libre al Señor, declarando que éste no tenía culpa alguna. HR 223.1

Por breves instantes el disgusto y la confusión mantuvieron en silencio a los sacerdotes. No querían que la gente se diera cuenta de que habían contratado a uno de los profesos seguidores de Jesús para que lo traicionara y lo entregara en sus manos. Querían ocultar el hecho de que habían buscado al Señor como si fuera un ladrón, y lo habían prendido en secreto. Pero la confesión de Judas y su aspecto macilento y culpable pusieron en evidencia a los sacerdotes delante de la multitud, revelando que había sido el odio la causa de que prendieran al Maestro. Mientras Judas afirmaba en alta voz que Jesús era inocente, los sacerdotes replicaron: “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!” Mateo 27:4. Tenían a Cristo en sus manos, y estaban decididos a no soltarlo. Judas, abrumado de pesar, arrojó el dinero que ahora despreciaba a los pies de los que lo habían contratado, e impulsado por la angustia y el horror salió y se ahorcó. HR 223.2

Jesús tenía muchos simpatizantes en el grupo que lo rodeaba, y el hecho de que no respondiera a las numerosas preguntas que se le hacían asombraba a la multitud. Frente al escarnio y la violencia de la turba, ni un gesto, ni una expresión de molestia se dibujaba en sus rasgos. Tenía una actitud digna y compuesta. Los espectadores lo contemplaban maravillados. Comparaban su perfecta forma y su comportamiento firme y digno con la apariencia de los que se habían sentado en juicio contra él, y se decían mutuamente que tenía mucho más la apariencia de un rey que cualquiera de los dirigentes. No tenía señales de ser criminal. Su mirada era bondadosa, luminosa y libre de temor; su frente amplia y elevada. Cada rasgo suyo estaba definidamente señalado por la benevolencia y la nobleza. Su paciencia y su tolerancia eran tan poco humanas que muchos temblaron. Aun Herodes y Pilato se sintieron sumamente perturbados frente a su porte noble y divino. HR 224.1