La Oración

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Como hombre Jesús sentía la necesidad de la oración

Como estaba revestido de humanidad, sentía la necesidad de la fuerza de su Padre. Tenía lugares selectos para orar. Se deleitaba en mantenerse en comunión con su Padre en la soledad de la montaña. En este ejercicio, su alma santa y humana se fortalecía para afrontar los deberes y las pruebas del día. Nuestro Salvador se identifica con nuestras necesidades y debilidades, porque elevó sus súplicas nocturnas para pedir al Padre nuevas reservas de fuerza, a fin de salir vigorizado y refrigerado, fortalecido para afrontar el deber y la prueba. Él es nuestro ejemplo en todo. Se hermana con nuestras flaquezas, pero no alimenta pasiones semejantes a las nuestras. Como no pecó, su naturaleza rehuía el mal. Soportó luchas y torturas del alma en un mundo de pecado. Dado su carácter humano, la oración era para él una necesidad y un privilegio. Requería el más poderoso apoyo y consuelo divino que su Padre estuviera dispuesto a impartir a quién, para beneficio del hombre, había dejado los goces del cielo y elegido por morada un mundo frío e ingrato. Cristo halló consuelo y gozo en la comunión con su Padre. Allí podía descargar su corazón de los pesares que lo abrumaban. Era Varón de dolores y experimentado en quebranto. Or 207.5

Durante el día trabajaba fervientemente, haciendo bien a otros para salvarlos de la destrucción. Sanaba a los enfermos y consolaba a los que lloraban; impartía alegría y esperanza a los desesperados y comunicaba vida a los muertos. Después de terminado su trabajo del día, salía por las noches y se alejaba de la confusión de la ciudad para postrarse en algún huerto apartado, donde oraba a su Padre. A veces los brillantes rayos de la luna resplandecían sobre su cuerpo postrado; luego nuevamente las nubes y las tinieblas lo privaban de toda luz. El rocío y la helada de la noche caían sobre su cabeza y su barba mientras él estaba en actitud de súplica. Con frecuencia continuaba sus peticiones durante toda la noche. Él es nuestro ejemplo. Si lo recordáramos e imitáramos, seríamos mucho más fuertes en Dios. Or 208.1

Si el Salvador de los hombres, a pesar de su fortaleza divina, necesitaba orar, ¡cuánto más debieran los débiles y pecaminosos mortales sentir la necesidad de orar con fervor y constancia! Cuando Cristo se veía más fieramente asediado por la tentación, no comía. Se entregaba a Dios y gracias a su ferviente oración y perfecta sumisión a la voluntad de su Padre salía vencedor. Sobre todos los demás cristianos profesos, debieran los que profesan la verdad para estos últimos días imitar a su gran Ejemplo en lo que a la oración se refiere. Or 208.2

“Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor”. Mateo 10:25. Nuestras mesas están con frecuencia cargadas de manjares malsanos e innecesarios, porque amamos esas cosas más que la abnegación, la salud y la sanidad mental. Jesús pedía fuerza a su Padre con fervor. El divino Hijo de Dios la consideraba de más valor que el sentarse ante la mesa más lujosa. Demostró que la oración es esencial para recibir fuerzas con que contender contra las potestades de las tinieblas, y hacer la obra que se nos ha encomendado. Nuestra propia fuerza es debilidad, pero la que Dios concede es poderosa, y hará más que vencedor a todo aquel que la obtenga.—Joyas de los Testimonios 1:218-220. Or 208.3