La Maravillosa Gracia de Dios

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Mayo

Antes de la creación, 1 de mayo

Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos. 2 Timoteo 1:9. MGD 129.1

El propósito y el plan de la gracia existieron desde toda la eternidad. De acuerdo con el determinado consejo de Dios, el hombre debía ser creado, dotado con la facultad de cumplir la voluntad divina. Pero el extravío del hombre, con todas sus consecuencias, no estuvo oculto de la vista del Omnipotente, no obstante lo cual tal circunstancia no lo detuvo en la realización de su propósito eterno; porque el Señor quería fundar su trono en justicia. Dios conoce el fin desde el principio... Por lo tanto, la redención no fue una improvisación ulterior... sino un propósito eterno que habría de cumplirse para bendición no sólo del átomo que es este mundo, sino en beneficio de todos los mundos que Dios ha creado. MGD 129.2

La creación de los mundos, el misterio del Evangelio, tienen un solo propósito, a saber, revelar a todas las inteligencias creadas, por medio de la naturaleza y de Cristo, las glorias del carácter divino. Mediante el maravilloso despliegue de su amor al dar “a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16) se revela la gloria de Dios a la humanidad perdida y a las inteligencias de los otros mundos.—The Signs of the Times, 25 de abril de 1892. MGD 129.3

Jesús estrecha a la especie con su brazo humano, al mismo tiempo que con su brazo divino se aferra del Infinito. Él es el vínculo que une a un Dios santo con la humanidad pecaminosa: Alguien que puede poner “su mano sobre nosotros dos”. Job 9:33. MGD 129.4

Los términos de esta unidad entre Dios y el hombre en el gran pacto de la redención fueron decididos con Cristo desde la eternidad pasada. El pacto de la gracia fue revelado a los patriarcas. El pacto hecho con Abrahán... fue un pacto confirmado por Dios en Cristo, el mismo Evangelio que se nos predica ahora.—Ibid., 24 de agosto de 1891. MGD 129.5