El Ministerio de Curación
Una lección sacada de la vida de Moisés
Considerad lo que ocurrió a Moisés. La educación que había recibido en Egipto como nieto del rey y presunto heredero del trono, fué muy completa. Nada fué descuidado de lo que se pensaba que podía hacerle sabio, según entendían los egipcios la sabiduría. Recibió un adiestramiento civil y militar de orden superior. Se sintió completamente preparado para la obra de libertar a Israel de la esclavitud. Pero Dios no lo vió así. Su providencia señaló a Moisés un período de cuarenta años de preparación en el desierto como pastor de ovejas. MC 376.4
La educación que Moisés recibiera en Egipto le ayudó en muchos aspectos; pero la preparación más provechosa para su misión fué la que recibió mientras apacentaba el ganado. Moisés era de carácter impetuoso. En Egipto, en su calidad de afortunado caudillo militar y favorito del rey y de la nación, se había acostumbrado a recibir alabanza y adulación. Se había granjeado la simpatía del pueblo. Esperaba llevar a cabo con sus propias fuerzas la obra de libertar a Israel. Muy diferentes fueron las lecciones que hubo de aprender como representante de Dios. Al conducir sus ganados por los montes desiertos y por los verdes pastos de los valles, aprendió a tener fe, mansedumbre, paciencia, humildad y a olvidarse de sí mismo. Aprendió a cuidar a seres débiles y enfermos, a salir en busca de los descarriados, a ser paciente con los revoltosos, a proteger los corderos y a nutrir los miembros del rebaño ya viejos y enclenques. MC 377.1
En esta labor Moisés se fué acercando al supremo Pastor. Llegó a unirse estrechamente con el Santo de Israel. Ya no se proponía hacer una gran obra. Procuraba hacer fielmente y como para Dios la tarea que le estaba encomendada. Reconocía la presencia de Dios en todo cuanto le rodeaba. La naturaleza entera le hablaba del Invisible. Conocía a Dios como Dios personal, y al meditar en su carácter se compenetraba cada vez más del sentido de su presencia. Hallaba refugio en los brazos del Eterno. MC 377.2
Habiendo experimentado todo esto, Moisés oyó la invitación del Cielo a cambiar el cayado del pastor por la vara de mando; a dejar su rebaño de ovejas para encargarse de la dirección de Israel. El mandato divino le encontró desconfiado de sí mismo, torpe de palabra y tímido. Le abrumaba el sentimiento de su incapacidad para ser portavoz de Dios. Pero, poniendo toda su confianza en el Señor, aceptó la obra. La grandeza de su misión puso en ejercicio las mejores facultades de su espíritu. Dios bendijo su pronta obediencia, y Moisés llegó a ser elocuente y dueño de sí mismo, se llenó de esperanza y fué capacitado para la mayor obra que fuera encomendada jamás a hombre alguno. MC 377.3
De él fué escrito: “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara.” Deuteronomio 34:10. MC 378.1
Quienes piensan que su trabajo no es apreciado y ansían un puesto de mayor responsabilidad, deben considerar que “ni de oriente, ni de occidente, ni del desierto viene el ensalzamiento. Mas Dios es el juez: a éste abate, y a aquél ensalza.” Salmos 75:6, 7. Todo hombre tiene su lugar en el eterno plan del Cielo. El que lo ocupemos depende de nuestra fidelidad en colaborar con Dios. Necesitamos desconfiar de la compasión propia. Jamás os permitáis sentir que no se os aprecia debidamente ni se tienen en cuenta vuestros esfuerzos, o que vuestro trabajo es demasiado difícil. Toda murmuración sea acallada por el recuerdo de lo que Cristo sufrió por nosotros. Recibimos mejor trato que el que recibió nuestro Señor. “¿Y tú buscas para ti grandezas? No busques.” Jeremías 45:5. El Señor no tiene lugar en su obra para los que sienten mayor deseo de ganar la corona que de llevar la cruz. Necesita hombres que piensen más en cumplir su deber que en recibir la recompensa; hombres más solícitos por los principios que por su propio progreso. MC 378.2
Los que son humildes y desempeñan su trabajo como para Dios, no aparentan quizás tanto como los presuntuosos y bulliciosos; pero su obra es más valiosa. Muchas veces los jactanciosos llaman la atención sobre sí mismos, y se interponen entre el pueblo y Dios, pero su obra fracasa. “Sabiduría ante todo: adquiere sabiduría: y ante toda tu posesión adquiere inteligencia. Engrandécela, y ella te engrandecerá: ella te honrará, cuando tú la hubieres abrazado.” Proverbios 4:7, 8. MC 378.3
Por no haberse resuelto a reformarse, muchos se obstinan en una conducta errónea. Pero no debe ser así. Pueden cultivar sus facultades para prestar el mejor servicio, y entonces siempre se les pedirá su cooperación. Se les apreciará en un todo por lo que valgan. MC 379.1
Si hay quienes tengan aptitud para un puesto superior, el Señor se lo hará sentir, y no sólo a ellos, sino a los que los hayan probado y, conociendo su mérito, puedan alentarlos comprensivamente a seguir adelante. Los que cumplen día tras día la obra que les fué encomendada, serán los que oirán en el momento señalado por Dios su invitación: “Sube más arriba.” MC 379.2
Mientras los pastores velaban sobre sus rebaños en los collados de Belén, ángeles del cielo los visitaron. También hoy, mientras el humilde obrero de Dios desempeña su labor, ángeles de Dios están a su lado, escuchando sus palabras, observando cómo trabaja, para ver si se le pueden encomendar mayores responsabilidades. MC 379.3
No estima Dios a los hombres por su fortuna, su educación o su posición social. Los aprecia por la pureza de sus móviles y la belleza de su carácter. Se fija en qué medida poseen el Espíritu Santo, y en el grado de semejanza de su vida con la divina. Ser grande en el reino de Dios es ser como un niño en humildad, en fe sencilla y en pureza de amor. MC 379.4
“Sabéis—dijo Cristo—que los príncipes de los Gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas entre vosotros no será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor.” Mateo 20:25, 26. MC 379.5