La Edificación del Carácter
La mansedumbre es un fruto del espíritu
El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La comprensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el corazón, y adecua la mente a la palabra implantada. Coloca los pensamientos en obediencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios, como fue abierto el corazón de Lidia. Nos coloca, junto con María, como personas que aprenden a los pies de Jesús. “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera”. Salmos 25:9. ECFP 13.1
El lenguaje de la mansedumbre nunca es el de la jactancia. Como el niño Samuel, los mansos elevan el ruego: “Habla, porque tu siervo oye”. 1 Samuel 3:10. Cuando Josué fue colocado en la más alta posición de honor, como comandante de Israel, desafió a todos los enemigos de Dios. Su corazón estaba lleno de los nobles pensamientos de su gran misión. Sin embargo, a la intimación de un mensaje del cielo, se colocó en la posición de un niño para ser guiado. “¿Qué dice mi Señor a su siervo?” fue su respuesta. Josué 5:14. Las primeras palabras de Pablo, después que Cristo le fue revelado, son las siguientes: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Hechos 9:6. ECFP 13.2
La mansedumbre en la escuela de Cristo es uno de los frutos destacados del Espíritu. Es una gracia obrada por el Espíritu Santo como santificador, y capacita a su poseedor a dominar en todo tiempo su temperamento duro e impetuoso. Cuando la gracia de la humildad es practicada por los que naturalmente son de disposición áspera y precipitada, harán los más fervientes esfuerzos para subyugar su desdichado temperamento. Todos los días obtendrán el dominio propio, hasta que resulte vencido aquello que no es amable ni semejante a Cristo. Se asimilan al Modelo divino, hasta que pueden obedecer la orden inspirada: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. Santiago 1:19. ECFP 14.1
Cuando un hombre profesa estar santificado, y sin embargo por sus palabras y sus obras puede ser representado por la fuente impura que arroja aguas amargas, podemos decir con seguridad acerca de él: Ese hombre está engañado. Necesita aprender el A B C de lo que constituye la vida de un cristiano. Algunos que profesan ser siervos de Cristo han albergado por tanto tiempo el demonio de la aspereza, que parecen gustar del elemento no santificado, y hallan placer en hablar palabras que desagradan e irritan. Estos hombres deben ser convertidos antes que Cristo pueda reconocerlos como sus hijos. ECFP 14.2
La mansedumbre es el adorno interior, que Dios estima de gran valor. El apóstol habla de esto diciendo que es más valioso que el oro, o perlas, o atavíos costosos. En tanto que el ornamento exterior hermosea solamente el cuerpo mortal, el adorno de la mansedumbre embellece el alma, y vincula al hombre finito con el Dios infinito. Este es el ornamento que Dios mismo escoge. Aquel que embelleció los cielos con los orbes de luz, ha prometido, por medio del mismo Espíritu, que “hermoseará a los humildes con la salvación”. Salmos 149:4. Los ángeles del cielo registrarán como mejor adornados a aquellos que se vistan del Señor Jesucristo, y anden con mansedumbre y humildad. ECFP 15.1