La Edificación del Carácter
La voz de la naturaleza
El apóstol contemplaba a su alrededor los testimonios del diluvio, que inundó a la tierra porque sus habitantes se atrevieron a transgredir la ley de Dios. Las rocas, arrojadas desde el profundo abismo y desde la tierra, por la fuerza arrolladora de las aguas, traían vívidamente a su imaginación los horrores de aquella pavorosa manifestación de la ira de Dios. ECFP 71.1
Pero en tanto que todo lo que lo rodeaba parecía desolado y desierto, los cielos azules que se extendían encima del apóstol por sobre la solitaria Patmos, eran tan brillantes y hermosos como los cielos que se extendían por encima de su propia y amada Jerusalén. Observe el hombre alguna vez la gloria del cielo en las horas de la noche, y note la obra del poder de Dios en las huestes allí presentes, y aprenderá una lección de la grandeza del Creador en contraste con su propia pequeñez. Si ha albergado orgullo y un espíritu de importancia propia debido a las riquezas, los talentos o los atractivos personales, salga afuera en la noche hermosa, y mire hacia arriba los cielos estrellados, y aprenda a humillar su orgulloso espíritu en la presencia del Infinito. ECFP 71.2
En la voz de las muchas aguas—el abismo llama al abismo—, el profeta oyó la voz del Creador. El mar, fustigado con fiereza por los vientos inclementes, representaba para él la ira de un Dios ofendido. Las poderosas olas, en su más terrible conmoción, mantenidas dentro de sus límites señalados por una mano invisible, le hablaban a Juan de un infinito poder que gobierna el abismo. Y en contraste vio y sintió la insensatez de los débiles mortales, meros gusanos del polvo, que se glorían de su sabiduría y fortaleza, y enaltecen su corazón contra el Creador del universo, como si Dios fuera completamente igual a ellos. ¡Cuán ciego y sin sentido es el orgullo humano! Una hora de las bendiciones de Dios en la luz del sol y la lluvia sobre la tierra, hará más para cambiar el rostro de la naturaleza que lo que el hombre, con todo su jactancioso conocimiento y perseverantes esfuerzos, podrá realizar durante todo el tiempo de su vida. ECFP 71.3
En los alrededores de su hogar isleño, el exiliado profeta leía las manifestaciones del poder divino, y a través de todas las obras de la naturaleza mantuvo comunión con su Dios. Desde la rocosa Patmos subían al cielo el más ardiente anhelo del alma por Dios y las más fervorosas oraciones. Mientras Juan miraba las rocas, recordaba a Cristo, la Roca de su fortaleza, en cuyo abrigo podía esconderse sin temor. ECFP 72.1