En los Lugares Celestiales

30/367

El don de la paz, 29 de enero

La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses 4:7. ELC 37.1

El pecado ha destruido nuestra paz. Mientras el yo no sea subyugado, no podemos encontrar descanso. Ningún poder humano puede regir las dominantes pasiones del corazón. En esto somos tan impotentes como lo fueron los discípulos para dominar la rugiente tormenta. Pero Aquel que habló palabras de paz a las olas de Galilea ha hablado la palabra de paz a cada alma. No importa cuán fiera sea la tempestad, los que se vuelven a Jesús clamando “Señor, sálvanos”, hallarán liberación. La gracia de Jesús que reconcilia el alma con Dios aquieta la contienda de la pasión humana y en su amor halla descanso el corazón... “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Romanos 5:1. ELC 37.2

Todo el que consiente en renunciar al pecado y abre su corazón al amor de Cristo, se hace participante de este lugar celestial. No hay otro fundamento para la paz fuera de éste. La gracia de Cristo, recibida en el corazón, subyuga la enemistad; apacigua la lucha y llena el alma de amor. El que está en paz con Dios y sus prójimos no puede ser desdichado. La envidia no estará en su corazón; no encuentran lugar allí las malas conjeturas; no puede existir el odio. El corazón que está en armonía con Dios es participante de la paz del cielo y difundirá por doquiera su bendita influencia. El espíritu de paz actuará como rocío sobre los corazones cansados y turbados con las contiendas mundanales. ELC 37.3

Los seguidores de Cristo son enviados al mundo con el mensaje de paz. Todo el que tenga una influencia apacible e inconsciente de una vida santa, revelará el amor de Dios ... ELC 37.4

“Bienaventurados los pacificadores”... El espíritu de paz es evidencia de su relación con el cielo. El dulce sabor de Cristo los rodea... Los hombres advierten que ellos han estado con Jesús.—The Review and Herald, 15 de octubre de 1908. ELC 37.5