En los Lugares Celestiales

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¡Maravillosa gracia! 28 de enero

Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Efesios 1:2. ELC 36.1

“Gracia ... a vosotros”. Todo lo debemos a la gratuita gracia de Dios. En el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador, la gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra exaltación a ser herederos con Cristo. No porque primero lo amáramos a él, Dios nos amó a nosotros sino que “cuando aún éramos débiles” Cristo murió por nosotros... Aunque por nuestra desobediencia merecíamos el desagrado y condenación de Dios, sin embargo no nos ha abandonado dejándonos luchar con el poder del enemigo. Ángeles celestiales riñen nuestras batallas por nosotros, y cooperando con ellos podemos ser victoriosos sobre los poderes del mal. ELC 36.2

Si no hubiéramos caído, nunca hubiéramos aprendido el significado de esta palabra “gracia”. Dios ama a los ángeles que no pecaron, que realizan su servicio y son obedientes a todas sus órdenes, pero no les proporciona gracia a ellos. Esos seres celestiales no saben nada de gracia, nunca la han necesitado, pues nunca han pecado. La gracia es un atributo de Dios mostrado a seres humanos indignos. Por nosotros mismos no la buscamos, sino fue enviada en nuestra búsqueda. Dios se regocija en conferir su gracia a todos los que la anhelan, no porque son dignos, sino porque son completamente indignos. Nuestra necesidad es la característica que nos da la seguridad de que recibiremos este don.—The Review and Herald, 15 de octubre de 1908. ELC 36.3

La reserva de la gracia de Dios está esperando la demanda de cada alma enferma de pecado. Curará toda enfermedad espiritual. Mediante ella, los corazones pueden ser limpiados de toda contaminación. Es el remedio evangélico para todo el que cree.—Manuscrito 75a, 1900. ELC 36.4

Podemos hacer progresos diarios en la senda ascendente a la santidad y sin embargo encontraremos todavía mayores alturas que alcanzar; pero cada esfuerzo de los músculos espirituales, cada cansancio del corazón y el cerebro ponen en evidencia la abundancia de la reserva de la gracia esencial para que avancemos.—Manuscrito 20, 1899. ELC 36.5