En los Lugares Celestiales

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Vivir de acuerdo con la regla de oro, 10 de octubre

No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados: perdonad, y seréis perdonados. Lucas 6:37. ELC 292.1

El deber de todo cristiano está claramente trazado en las palabras: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando”. “Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Lucas 6:37, 38, 31. Estos son los principios que haremos bien en fomentar... ELC 292.2

Que no rehúsen perdonar a un pecador arrepentido los que en sí mismos hayan pecado contra Dios. En la misma forma en que traten a sus semejantes que en espíritu o de hecho los hayan perjudicado y se hayan arrepentido después, Dios los tratará a ellos por sus defectos de carácter. El que no demuestre misericordia con sus semejantes no puede esperar ser amparado por la misericordia de Dios ... Si rehúsa cultivar esta gracia divina en sí mismo sufrirá los resultados de su negligencia... ELC 292.3

Debemos recordar que todos cometen equivocaciones. Aun hombres y mujeres que han tenido años de experiencia a veces yerran. Pero Dios no los abandona a causa de sus errores: a cada descarriado hijo o hija de Adán, les da el privilegio de otra oportunidad. El verdadero seguidor de Jesús manifiesta un espíritu como el de Cristo hacia su descarriado hermano. En lugar de hablar condenando, recuerda las palabras: “El que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados”. Santiago 5:20. ELC 292.4

En la iglesia militante siempre habrá hombres que necesitan la restauración de los resultados del pecado. El que en algunos aspectos sea superior a otro, en otros será inferior al mismo. Todo ser humano está sujeto a tentación y tiene necesidad de un interés y de una simpatía fraternales ... Pero sólo los que caminan con Cristo pueden ser verdaderamente misericordiosos.—The Signs of the Times, 21 de mayo de 1902. ELC 292.5