En los Lugares Celestiales

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Una sola hermandad, 8 de octubre

¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado. Apocalipsis 15:4. ELC 290.1

Cristo quiere que comprendamos que nuestros intereses son uno. Un divino Salvador murió por todos, para que todos puedan encontrar en él su divina procedencia. En Cristo Jesús somos uno. Con la enunciación de un nombre: “Padre nuestro” somos elevados a la misma jerarquía. Venimos a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Sus principios de verdad ligan corazón con corazón, sean ellos ricos o pobres, excelsos o humildes. ELC 290.2

Cuando el Espíritu Santo conmueva las mentes humanas, todas las mezquinas lamentaciones y acusaciones entre el hombre y su prójimo serán desechadas. Los brillantes rayos del Sol de Justicia resplandecerán en los ámbitos de la mente y el corazón. En nuestro culto a Dios no habrá más distinción entre el rico y el pobre, entre el blanco y el negro. Todo prejuicio será disipado. Cuando nos allegamos a Dios integramos una sola hermandad. Somos peregrinos y extranjeros aquí, destinados a una patria mejor, la celestial. Allí todo orgullo, toda acusación, toda vana ilusión tendrán para siempre un fin. Todo encubrimiento será descubierto y podremos verlo “tal como él es”. Allí nuestros cantos alcanzarán el tema inspirador, y la alabanza y la gratitud se elevarán hacia Dios.—The Review and Herald, 24 de octubre de 1899. ELC 290.3

Nuestra casa de oración podrá ser humilde pero no por eso será menos conocida por Dios. Si adoramos en espíritu y en verdad y en la hermosura de la santidad, ella será para nosotros la misma puerta del cielo. Cuando se repiten las asombrosas lecciones de las obras de Dios y cuando la gratitud del corazón se expresa en oración y canto, ángeles del cielo inician una melodía y se unen en alabanza y agradecimiento a Dios. Estas prácticas rechazan el poder de Satanás.—Ibid. ELC 290.4