En los Lugares Celestiales

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Poder infinito, 11 de enero

¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos? ¿éste hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo el que hablo en justicia, grande para salvar. Isaías 63:1. ELC 19.1

El Unigénito de Dios vino a este mundo para redimir a la raza caída. Nos ha dado evidencia de su gran poder. Capacitará a los que lo reciben para formar caracteres libres de todas las tendencias que revela Satanás. Podemos resistir al enemigo y a todas sus fuerzas. Será ganada la batalla, la victoria obtenida, por el que elige a Cristo como a su jefe, determinado a hacer lo correcto porque es correcto. ELC 19.2

Nuestro divino Señor es suficiente para cualquier emergencia. Nada es imposible con él. Ha mostrado su gran amor por nosotros al vivir una vida de abnegación y sacrificio, y al morir una muerte de agonía. Id a Cristo tales como sois, débiles, impotentes y listos para morir. Depended plenamente de su misericordia. No hay dificultad interna o externa que no pueda ser vencida con su fortaleza. Algunos tienen temperamentos tempestuosos; pero Aquel que calmó al tormentoso Mar de Galilea dirá al corazón turbado: “Calla, enmudece”. No hay ninguna naturaleza tan rebelde que Cristo no pueda subyugar, ningún temperamento tan tempestuoso que no pueda aplacar, si el corazón está entregado a la guardia de Cristo... ELC 19.3

Mirando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podéis decir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza”. Salmos 46:1-3... ELC 19.4

Tengamos más confianza en nuestro Redentor. No os apartéis de las aguas del Líbano para buscar refrigerio en cisternas rotas que no pueden retener agua. Tened fe en Dios... Él es infinito en poder y puede salvar a todos los que se le allegan. No hay otro en quien podamos confiar con seguridad.—The Review and Herald, 9 de junio de 1910. ELC 19.5