En los Lugares Celestiales

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No para condenar sino para salvar, 10 de enero

Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. Juan 3:17. ELC 18.1

Hay almas que tiemblan en su incredulidad. Preguntan: “¿Cómo puedo saber que Dios se ha reconciliado conmigo? ¿Cómo puedo estar seguro de que me ama y perdona?” No depende de vosotros, queridos jóvenes, el que os justifiquéis con Dios. Jesús os invita a ir a él con todas vuestras cargas y perplejidades... Dice: “Venid a mí, aprended de mí, creed en mí”. Aceptad la promesa y la provisión que ha hecho Dios... La sangre de Cristo, en su permanente eficacia, es nuestra única eficacia; pues sólo mediante sus méritos tenemos perdón y paz.—The Youth’s Instructor, 22 de septiembre de 1892. ELC 18.2

El carácter de Dios, tal como se revela en Cristo, invita nuestra fe y amor; pues tenemos un Padre cuya misericordia y compasión no fallan. En cada paso de nuestra jornada hacia el cielo estará con nosotros para guiarnos en cada perplejidad, para ayudarnos en cada tentación.—The Youth’s Instructor, 29 de septiembre de 1892. ELC 18.3

Hay grandes y preciosas verdades que demandan vuestra contemplación, a fin de que podáis tener un fundamento firme para vuestra fe teniendo un correcto conocimiento de Dios. Ojalá supiera el superficial y vano buscador de la verdad que el mundo por sabiduría, no importa cuánta hubiera adquirido, no conoció a Dios. ELC 18.4

Es propio procurar aprender todo lo posible de la naturaleza, pero no dejéis de llevar la vista de la naturaleza a Cristo para la representación completa del carácter del Dios viviente. Mediante la contemplación de Cristo, mediante la conformidad con la semejanza divina, se expandirán vuestros conceptos del carácter divino y se elevarán, refinarán y ennoblecerán vuestra mente y vuestro corazón... ELC 18.5

El que constantemente depende de Dios con fe sencilla y confianza acompañada de oración, estará rodeado por los ángeles del cielo. El que vive por fe en Cristo será fortalecido y elevado, podrá pelear la buena batalla de la fe y echar mano de la vida eterna.—Ibid. ELC 18.6