Cristo Nuestro Salvador

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El buen pastor

El Salvador se llamó a sí mismo pastor, y a sus discípulos sus ovejas. Dijo: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.” Juan 10:14. CNS 65.1

Cristo iba a dejar pronto a sus discípulos y les dirigió estas palabras para consolarlos. Cuando ya no estuviera más con ellos se acordarían de ellas. CNS 65.2

Siempre que vieran a un pastor vigilando sus ovejas, pensarían en el amor del Salvador y en el cuidado que tiene de ellos. CNS 65.3

Era costumbre en aquel país que los pastores cuidasen sus rebaños tanto de día como de noche. De día el pastor solía conducir las ovejas por bosques y colinas pedregosas hasta llegar a campos deliciosos de ricos pastos cerca del río. CNS 65.4

Por la noche velaba guardándolas de las fieras y de los ladrones que a menudo merodeaban cerca. Cuidaba tiernamente a las débiles y enfermas, llevaba los corderitos en sus brazos. Por grande que fuese el rebaño, el pastor solía conocer todas las ovejas y tenía un nombre para cada una. CNS 65.5

Asimismo Cristo, nuestro Pastor celestial, cuida de su rebaño esparcido por todo el mundo. Nos conoce a todos por nuestro nombre. Sabe en qué casa vivimos, y el nombre de cada habitante de ella. Cuida de cada uno como si no existiera otro más en el mundo. CNS 65.6

El pastor iba delante de sus ovejas y hacía frente a todos los peligros. Acometía a las fieras y a los ladrones, y a veces el pastor era muerto defendiendo a su rebaño. CNS 66.1

Así cuida el Salvador a su rebaño de discípulos. El ha ido delante de nosotros. Vivió en la tierra como nosotros. Fué niño, joven y hombre adulto. Venció a Satanás y todas sus tentaciones, a fin de que nosotros también podamos vencer. CNS 66.2

Jesús murió para salvarnos. Aunque ahora esté en los cielos, no nos olvida ni por un momento; él guardará segura cada una de sus ovejas. Nadie que le siga puede ser arrebatado por el gran enemigo. CNS 66.3

Un pastor podía tener cien ovejas, pero si faltaba alguna, en lugar de quedarse con las que estaban seguras en el redil, se iba en busca de la que se había perdido. Caminaba en la obscuridad de la noche tempestuosa, atravesando valles y colinas, y no paraba hasta haberla encontrado. CNS 66.4

Entonces la tomaba en sus brazos y la llevaba al redil. En lugar de quejarse de la larga y penosa caminata, decía con gozo: “Regocijaos conmigo, porque he hallado la oveja mía, que se había perdido.” Lucas 15:4-7. CNS 66.5

Tampoco son el amor y el tierno cuidado del Salvador únicamente para los que ya pertenecen a su redil, pues dijo: “El Hijo del hombre vino para salvar lo que se había perdido.” Mateo 18:11. CNS 66.6

“Dígoos, que así habrá gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, más bien que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentimiento.” Lucas 15:7. CNS 66.7

Nosotros hemos pecado y nos hemos alejado del camino de Dios. Cristo dice que somos como la oveja que se ha extraviado del redil. El vino para ayudarnos a vivir sin pecado. Esto es lo que él llama traernos otra vez al redil. CNS 66.8

Cuando volvemos al buen pastor y dejamos de pecar, Cristo dice a los ángeles del cielo: “Regocijaos conmigo, porque he hallado la oveja mía, que se había perdido.” Y resuena un himno de júbilo del coro angelical, llenando los cielos de la más exquisita melodía. CNS 67.1

Jesús no nos presenta el cuadro de un pastor apesadumbrado que regresa sin la oveja perdida. En esto tenemos la garantía de que ni una sola oveja apartada del redil del Padre es pasada por alto. A ninguna se la deja sin ayuda. A todos los que quieran ser redimidos, el Salvador los rescatará del dominio del pecado. CNS 67.2

¡Anímese todo el que se haya descarriado del redil! ¡El buen Pastor le está buscando! Acuérdese de que su obra es “salvar lo que se había perdido.” Esto abarca a todos. CNS 67.3

Dudar de que nuestra salvación sea posible, es dudar del poder salvador de aquel que nos ha comprado a tan alto precio. Dejemos que la fe y la esperanza sustituyan a la duda y a la incredulidad. Contemplemos las manos que fueron atravesadas en beneficio nuestro, y regocijémonos en su poder salvador. CNS 67.4

Recordemos que Dios y Cristo se interesan por nosotros y que todas las huestes del cielo están empeñadas en la obra de salvar a los pecadores. CNS 67.5

Mientras Cristo estaba en la tierra demostró por sus milagros que tenía poder para salvar hasta lo sumo. Al sanar las enfermedades del cuerpo, demostraba que tenía poder también para quitar el pecado del corazón. CNS 67.6

Hacía andar a los cojos, oír a los sordos y devolvía la vista a los ciegos. Limpiaba a los pobres leprosos y curaba a los paralíticos y a los aquejados de toda clase de enfermedades. CNS 69.1

Aun los demonios le eran sujetos y dejaban a los que habían tenido bajo su dominio. Los que eran testigos de esta obra maravillosa estaban atónitos, y decían: “¿Qué palabra es ésta? porque con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen.” Lucas 4:36. CNS 69.2

A la orden de Jesús, Pedro pudo andar sobre el agua, pero necesitaba tener la vista fija en él, porque apenas miró a otra parte comenzó a dudar y a hundirse. CNS 69.3

Entonces clamó: “¡Señor, sálvame!” y la mano del Salvador que nunca se retraía del que invocaba su auxilio, le fué tendida para sostenerle. Mateo 14:28-31. Siempre que alguien se dirija al Salvador en demanda de auxilio, la mano de Cristo se alarga para salvarle. CNS 69.4

Hasta resucitaba a los muertos el Salvador. Uno de ellos fué el hijo de la viuda de Naín. Ya se lo llevaban al sepulcro cuando encontraron a Jesús. Tomó al joven por la mano, le levantó, y le entregó vivo a su madre. Cada acompañante regresó a su casa con exclamaciones de regocijo y alabanzas a Dios. CNS 69.5

También resucitó Jesús a la hija de Jairo; y a su voz Lázaro se levantó del sepulcro, cuando hacía ya cuatro días que había muerto. CNS 69.6

Asimismo cuando Jesús vuelva a la tierra, su voz penetrará los sepulcros, y “los muertos se levantarán” para la vida inmortal y gloriosa; y así estarán siempre con el Señor.”. 1 Tesalonicenses 4:16, 17. CNS 69.7

Fué una obra maravillosa la que el Salvador realizó durante su ministerio en la tierra. Su contestación a Juan el Bautista fué una buena definición de ella. Juan había estado preso y había perdido el ánimo y aun le acechaban dudas acerca de si Cristo era en verdad el Mesías. Por eso mandó a unos de sus discípulos al Salvador con la pregunta: “¿Eres tú Aquel que había de venir, o hemos de esperar a otro?” CNS 70.1

Cuando los mensajeros llegaron al Salvador le encontraron rodeado de muchos enfermos a quienes estaba sanando. Estuvieron esperándole todo el día, mientras obraba con actividad incansable socorriendo a los que sufrían. Al fin les dijo: CNS 70.2

“Id y declarad a Juan las cosas que veis y oís: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es predicado el evangelio.” Mateo 11:3-5. CNS 70.3

De este modo y por espacio de tres años y medio, Jesús “anduvo haciendo bienes por todas partes.” Entonces llegó el momento en que debía concluír su ministerio en la tierra. Tuvo que ir con sus discípulos a Jerusalén para ser entregado, condenado y crucificado. CNS 70.4

Así fué como se cumplieron sus propias palabras: “El buen pastor da su vida por las ovejas.” Juan 10:11. CNS 70.5

“Ciertamente él ha llevado nuestros padecimientos, y con nuestros dolores él se cargó... Pero fué traspasado por nuestras transgresiones, quebrantado fué por nuestras iniquidades, el castigo de nuestra paz cayó sobre él, y por sus llagas nosotros sanamos. Nosotros todos, como ovejas, nos hemos extraviado; nos hemos apartado cada cual por su propio camino; y Jehová cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.” Isaías 53:4-6. CNS 70.6