Elena G. de White en Europa

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Bernardo Kaloria, el judío “convertido”

La Sra. de White habló el sábado por la mañana, y en la reunión social [de testimonios] que siguió tuvo oportunidad de escuchar a Bernardo Kaloria, un judío convertido al cristianismo que estaba asistiendo a una escuela teológica en Basilea. Kaloria se interesó en las doctrinas adventistas y quiso ingresar en la casa editora como traductor al alemán. EGWE 151.2

Guillermo White llegó incluso a escribir una carta al presidente de la Asociación General, preguntándole si había lugar en alguno de los colegios adventistas norteamericanos, para que este inteligente joven de 24 años pudiera enseñar hebreo. EGWE 151.3

Pero Elena G. de White no tenía apuro por que se lo empleara en Basilea. A pesar de que “hablaba bien”, Kaloria no se había decidido aún en favor de la verdad. Ella temía que entusiasmarlo con la idea del empleo sería contraproducente. “La pregunta es: ¿Qué dice Dios? ¿Qué pide él?” escribió. Ella no quería que Kaloria tomara su decisión sobre la base de un posible empleo. No había que “engañarlo ni comprarlo”.—Manuscrito 28, 1885, p. 2. EGWE 151.4

Finalmente, se le dio un empleo temporal a este joven, pero no permaneció mucho tiempo “Kaloria—escribió Guillermo White poco después—, nos abandonó después de hacer todo el daño posible”. Las circunstancias confirmaron que era preferible probarlo a tiempo y no después, cuando fuera tarde. EGWE 152.1

A través de los años, Elena G. de White recibió instrucciones con respecto al trabajo en favor de los judíos: “Se nos ha enseñado claramente que no debemos despreciar a los judíos; porque el Señor tiene entre ellos a hombres poderosos que proclamarán la verdad con poder”. Manuscrito 87, 1907. Y antes del congreso de la Asociación General celebrado el 27 de mayo de 1905, ella predijo: “Se acerca el tiempo cuando muchos se convertirán en un día como en el Pentecostés, después que los discípulos recibieron el Espíritu Santo. Los judíos constituirán un poder que trabajará en favor de los judíos; y veremos la salvación de Dios”.—The Review and Herald, 29 de junio de 1905, p. 8. EGWE 152.2