Elena G. de White en Europa

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Un cruce peligroso

Al principio el tiempo era agradable y el mar estuvo calmo. La Sra. de White disfrutó de dos horas tranquilas y sosegadas en la sala de señoras. EGWE 144.2

“Pero pronto el capitán pasó por la cabina y nos aconsejó que bajáramos y nos acostáramos en seguida, porque estábamos por entrar en mar tempestuoso. Le obedecimos, aunque muy a nuestro pesar. Al poco rato, el barco comenzó a mecerse violentamente; apenas podíamos mantenernos en los sillones... Las aguas, agitadas por los vientos inmisericordes, parecían furiosos latigazos. El barco crujía y gemía coma si se fuera a romper... Como yo yacía indefensa y exhausta, con los ojos cerrados y el rostro ceniciento, la Hna. McEnterfer temió que hubiera muerto. Ella tampoco podía levantarse de su sillón, pero de vez en cuando me llamaba para asegurarse de que aún vivía. EGWE 144.3

“La muerte parecía estar muy cercana; pero supe que podía aferrarme con el firme apretón de la fe, de la mano de Jesús. El que sostiene las aguas en el hueco de la mano puede protegernos de la tempestad... La lección de confianza que aprendí durante esas pocas horas fue muy preciosa. He descubierto que cada prueba de la vida me ha enseñado una nueva lección de dependencia y confianza en mi Padre celestial. Podemos creer que Dios nos acompaña en todo lugar, y en la hora de prueba podemos aferrarnos de esa mano que posee todo el poder. EGWE 145.1

“A las tres de la tarde llegamos a Frederickshaven, y nos alegramos al abandonar el barco y volver a sentir la tierra firme bajo nuestros pies”.—Ibid. 221. EGWE 145.2

En Frederickshaven cambiaron el balanceo y las sacudidas del barco por “el suave traqueteo del tren”. Poco tiempo después de instalarse en su compartimiento, se durmieron. EGWE 145.3