Elena G. de White en Europa
“El criterio de la Asociación General”
“El me pidió que mirase hacia el pasado, cuando, en las circunstancias más desagradables había actuado con fe, de acuerdo con la mejor luz que poseía, y el Señor me fortaleció y apoyó. Así lo hice, y decidí actuar en conformidad con el criterio de la Asociación General, e inicié el viaje confiando en Dios”.—Ibid. EGWE 27.1
La Sra. de White, en una respuesta positiva a la animadora inspiración que le impartió Guillermo, preparó su baúl y partió con su hijo a Oakland. El sábado 11 de julio de 1885, por la tarde, habló en la iglesia de Oakland. Posteriormente declaró: EGWE 27.2
“El Señor me ayudó. Tenía la mente clara y me fue dada facilidad para expresarme... Decidí entonces que podía volver a atravesar las llanuras, con lo que recorrería por vigésima cuarta vez ese largo trayecto de este a oeste y de oeste a este”.—Manuscrito 16, 1885. EGWE 27.3
El lunes siguiente subió al tren que la llevaría a cumplir su primera cita en el extranjero. Luego declaró: EGWE 27.4
“Cuando me senté en el vagón, tuve la seguridad de que estaba obrando de acuerdo con la voluntad de Dios”.—The Review and Herald, 15 de septiembre de 1885. EGWE 27.5
Ese lunes de noche, en el tren, sintió que la mano de Dios quitaba la niebla de sus ojos. En la estación reinaba “gran confusión, y hacía meses que era incapaz de soportar algo semejante. Pero ahora no me molestó. Recibí la dulce paz que sólo Dios puede dar, y a semejanza de un niño cansado, hallé descanso en Jesús”.—Ibid. EGWE 27.6
Más adelante, en relación con el llamado que le hicieron para trabajar en Australia en 1891, pasó por una experiencia igualmente desconcertante que puso a prueba su fe. Otros misioneros recibieron y contestaron llamados para trabajar en tierras lejanas. Ellos tuvieron que orar para conocer la voluntad de Dios. También tuvieron que aceptar el hecho de que Dios guía a sus siervos a través de los conductos regulares de la organización. Dios tiene una iglesia en la tierra, instituida por él. La iglesia cuenta con dirigentes escogidos, que son miembro de las asociaciones y juntas, dotados del poder de Dios para actuar en favor de su iglesia. Cuando Elena G. de White recibió el llamado para ir a Europa y Australia, tuvo que responder como cualquier otro obrero. Al igual que otros siervos de Dios, debió avanzar por fe. Al respecto declaró lo siguiente: EGWE 28.1
“He aprendido una vez más la lección que tuve que aprender tantas veces, de que debo descansar plenamente en Dios, por perpleja que esté. El jamás abandonará ni olvidará a los que le someten sus caminos. No debemos depender de la fuerza ni de la sabiduría humanas, sino que tenemos que hacer de él nuestro consejero y guía en todas las cosas”.—Ibid. EGWE 28.2
De este modo halló descanso y paz Elena G. de White al subir a bordo del barco en el puerto de Boston. Sabía que estaba avanzando en la dirección que la Divina Providencia le había trazado. Al escribir el libro El Deseado de Todas las Gentes, después que llegó a Australia en 1891, declaró: EGWE 28.3
“El Señor está tan dispuesto a enseñarnos cuál es nuestro deber, como a cualquier otra persona... Los que decidan no hacer, en ningún ramo, algo que desagrade a Dios, sabrán, después de presentarle su caso, exactamente qué conducta seguir” (pág. 622). EGWE 28.4