Elena G. de White en Europa
Hay que sembrar junto a todas las aguas
La Sra. de White iba comprendiendo cada vez más las dificultades que presentaba la obra evangélica en Europa. “Este es un campo difícil—admitió—, pero debemos sembrar junto a todas las aguas. Estos valles han sido regados con la sangre de los cristianos valdenses, y ésa debe ser la semilla de la verdad que brote y lleve fruto para la gloria de Dios. Vamos a trabajar, a orar y a creer. No existe otro campo más difícil que el que encontró Jesús cuando vino a este mundo”.—Ibid. EGWE 199.1
Al día siguiente siguió lloviendo, y Elena G. de White se dedicó a escribir, en tanto que el pastor Bourdeau caminó ocho kilómetros hasta Villa Pellice para cumplir con su compromiso de predicación. El martes, ella consiguió un coche cerrado para ir a Saint Jean, donde volvió a predicar. EGWE 199.2
Finalmente, el miércoles 21 de abril se pudo ver el sol, y la Sra. de White, junto con María, Martha Bourdeau y su hija Sara, alquilaron un coche para salir a tomar sol. “Anduvimos con mucha lentitud, porque aunque el caballo era fuerte, no tenía la menor intención de quebrantar su salud”, observó la Sra. de White con un dejo de ironía. EGWE 199.3
Ese mismo día Antonio Biglia llegó de Nápoles, Italia, donde vivia y trabajaba hacía muchos años. Biglia, al igual que muchos otros que habían tenido sólo escasísimas oportunidades de aprender a desempeñarse como pastores eficientes, necesitaba consejo. Con respecto a esa entrevista, Elena G. de White informó lo siguiente: EGWE 199.4
“Trabajamos con él, y procuramos con el mayor fervor, ayudarlo a que asumiera el trabajo no con la actitud de un luchador que pelea y discute, como tenía por costumbre; de esa manera alejaba a la gente de la verdad en lugar de acercarla a ella. El comprendió que le estábamos diciendo la verdad sin atacarlo; que no apedreábamos a la gente con denuncias, como si fueran granizo. Disfrutamos de preciosos momentos de oración... EGWE 199.5
“Este hermano napolitano declaró que había recibido mucha luz, y que trabajaría en forma muy distinta de como lo había hecho hasta entonces. EGWE 200.1
“Tenemos que trabajar con estos hombres que son realmente inteligentes, como lo hicimos con cada uno de los que participaron de los comienzos de la causa adventista; debemos separar de estas preciosas almas sus costumbres y modales no santificados, y hablarles de Jesús, de su gran amor, su mansedumbre, su humildad, su abnegación. Si es posible, colocaremos estas piedras ásperas en el taller de Dios, donde las labrarán y les darán forma, y pulirán todos los bordes ásperos... De este modo podrán convertirse en un templo viviente para Dios”.—Carta 44, 1886, p. 3. EGWE 200.2
Al día siguiente había venta en el mercado, y el taconeo de los zuecos de madera despertó a la Sra. de White a las cinco de la mañana. Por la ventana observó una multitud que marchaba apresuradamente hacia el mercado. EGWE 200.3
En ese momento, A. C. Bourdeau apareció en escena con noticias excitantes. La noche anterior, el salón donde realizaba las reuniones había estado repleto de público, y más de cien personas quedaron afuera por falta de espacio. Felizmente, J. D. Geymet se encontraba allí y pudo predicar al público que estaba en la calle mientras Bourdeau atendía a los que se encontraban en el edificio. Fue una noche triunfal. EGWE 200.4
El viernes y el sábado también llovió, pero las reuniones continuaron llenas de oyentes ansiosos. EGWE 200.5
El domingo por la mañana, Elena G. de White fue a visitar al joven suizo que tanto había deseado casarse con Elisa Vuilleumier. El viajó a Torre Pellice en seguida de recibir la carta de Elena G. de White y pidió su carta de traslado para seguir siendo un miembro de la iglesia local. Desconocemos la conversación que mantuvieron, pero la Sra. de White sabía que no era fácil poner en práctica el consejo que le había dado anteriormente. En esa ocasión demostró un tierno interés por él y por su bienestar. EGWE 201.1