Elena G. de White en Europa
Milán y la gran catedral
Como el tren no saldría hasta las 10.30 de la mañana siguiente, pudieron visitar algunos puntos de interés.(**) La mayor atracción de Milán era, por supuesto, la gran catedral, el edificio de estilo gótico más importante de Italia. Aunque su construcción se inició en 1386, recién lo habían terminado. Ella confesó que nadie podía escapar a la impresión que producían la grandeza e inmensidad del gigantesco edificio de mármol blanco, aunque le pareció una gran “extravagancia”. Algunos críticos de arte manifestaron reservas similares con respecto a la catedral, pero la Sra. de White matizó su opinión con otros factores además del mero gusto artístico. A pesar de que el conjunto arquitectónico le pareció excesivo, tuvo una impresión muy favorable de “las ventanas y las paredes... adornadas con cuadros muy coloridos de los mejores artistas italianos. Estas pinturas representan escenas bíblicas y de la historia tradicional de la iglesia. Jamás había visto tan magnífica combinación de colores”.—The Review and Herald, 1 de junio de 1886. EGWE 196.2
Pero le dolió ver que los adoradores, después de sumergir los dedos en una fuente de mármol que contenía “agua bendita” y de hacer la señal de la cruz, tomaban asiento en silencio frente al altar. Al verlos inclinarse ante las imágenes, tuvo la impresión de estar contemplando un cuadro patético, similar al de los cultos paganos. “¡Cómo anhelé poder elevar mi voz en este majestuoso y antiquísimo edificio, para señalarles a estas pobres almas engañadas, dónde están Dios y el cielo!” El espectáculo de las mujeres arrodilladas ante los confesionarios fue aún más doloroso. “¡Equivalía a poner en el lugar de Cristo, a un hombre sujeto a las mismas pasiones que ellas!”, declaró.—Ibid. EGWE 197.1
La catedral estaba decorada con no menos de 2.245 estatuas e imágenes, distribuidas en el interior del templo y fuera de él. No nos sorprende que Elena G. de White haya manifestado, algún tiempo después, lo siguiente: “No vemos ninguna posibilidad de que la iglesia romana pueda librarse de la acusación de idolatría. Es verdad que profesa adorar a Dios a través de esas imágenes; pero lo mismo hicieron los israelitas cuando se inclinaron ante el becerro de oro”.—Ibid. EGWE 197.2