Hijas de Dios

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Las mujeres junto a la tumba

Este capítulo está basado en Mateo 28; Marcos 16; Lucas 24; Juan 19-20.

Mientras Juan se preocupaba por la sepultura de su Maestro, José volvió con la orden de Pilato de que le entregasen el cuerpo de Cristo; y Nicodemo vino trayendo una costosa mezcla de mirra y áloes [...] para embalsamarlo [...]. Los discípulos se quedaron asombrados al ver a estos ricos príncipes tan interesados como ellos en la sepultura de su Señor [...]. HD 63.3

Con suavidad y reverencia, bajaron con sus propias manos el cuerpo de Jesús. Sus lágrimas de aflicción caían en abundancia mientras miraban su cuerpo magullado y lacerado. José poseía una tumba nueva, tallada en una roca. Se la estaba reservando para sí mismo, pero estaba cerca del Calvario, y ahora la preparó para Jesús. El cuerpo, juntamente con las especias traídas por Nicodemo, fue envuelto cuidadosamente en un sudario, y el Redentor fue llevado a la tumba. Allí, los tres discípulos enderezaron los miembros heridos y cruzaron las manos magulladas sobre el pecho sin vida. Las mujeres galileas vinieron para ver si se había hecho todo lo que podía hacerse por el cuerpo muerto de su amado Maestro. Luego vieron cómo se hacía rodar la pesada piedra contra la entrada de la tumba, y el Salvador fue dejado en el descanso. Las mujeres fueron las últimas que quedaron al lado de la cruz, y las últimas que quedaron al lado de la tumba de Cristo. Mientras las sombras vespertinas iban cayendo, María Magdalena y las otras Marías permanecían al lado del lugar donde descansaba su Señor derramando lágrimas de pesar por la suerte de Aquel a quien amaban. Y “al regresar [...] descansaron el sábado, conforme al mandamiento”. Lucas 23:56.—El Deseado de Todas las Gentes, 718-719 (1898). HD 63.4

“Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro”. Mateo 28:1. Al aproximarse, vieron la piedra removida y una luz que brillaba alrededor de la tumba. El cuerpo de Jesús no estaba allí, pero pronto se percataron de la presencia de un ángel.—Sermons and Talks, 281 (1906). HD 64.1

Las mujeres no habían venido todas a la tumba desde la misma dirección. María Magdalena fue la primera en llegar al lugar; y al ver que la piedra había sido sacada, se fue presurosa para contarlo a los discípulos. Mientras tanto, llegaron las otras mujeres. Una luz resplandecía en derredor de la tumba, pero el cuerpo de Jesús no estaba allí. Mientras se demoraban en el lugar, vieron de repente que no estaban solas. Un joven vestido de ropas resplandecientes estaba sentado al lado de la tumba. Era el ángel que había apartado la piedra. Había tomado el disfraz de la humanidad, a fin de no alarmar a estas personas que amaban a Jesús. Sin embargo, brillaba todavía en derredor de él la gloria celestial, y las mujeres temieron. HD 64.2

Se dieron vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos. “No temáis vosotras”, les dijo, “porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos”. Mateo 28:5-7. Volvieron a mirar al interior del sepulcro y volvieron a oír las nuevas maravillosas. Otro ángel en forma humana estaba allí, y les dijo: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día””. Lucas 24:5-7.—El Deseado de Todas las Gentes, 732-733 (1898). HD 64.3

“Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?” Les dijo: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto””. Juan 20:11-13. HD 64.4

María volvió a salir, sin seguir escuchando siquiera las palabras de los ángeles, pensando que quizá pudiera encontrar a alguien que le dijese qué se había hecho con Jesús. Mientras tanto otra voz se dirige hacia ella y le pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras?” A través de sus lágrimas María ve a alguien que supone que es el jardinero. “Señor”, le dice, “si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”. Jesús le dijo: “¡María!”. Esa voz familiar la hace voltear. Ahora sabe que no es un extraño quien le habla. Delante de ella ve al Salvador viviente. Se vuelca hacia él como para abrazarle sus pies, diciendo: “¡Raboni!” Pero el Salvador la toma de la mano, la levanta y le dice: “¡Suéltame!, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios””. Juan 20:14-17.—The Youth’s Instructor, 21 de julio de 1898. HD 65.1

“Id”, dijeron los ángeles a las mujeres, “decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis como os dijo”. Marcos 16:7 [...]. “Decid a sus discípulos y a Pedro”, dijeron los ángeles. Desde la muerte de Cristo, Pedro había estado postrado por el remordimiento [...]. Todos los discípulos habían abandonado a Jesús, y la invitación a encontrarse con él vuelve a incluirlos a todos. No los había desechado. Cuando María Magdalena les dijo que había visto al Señor, repitió la invitación a encontrarlo en Galilea. Y por tercera vez, les fue enviado el mensaje. Después que hubo ascendido al Padre, Jesús apareció a las otras mujeres diciendo: ““¡Salve!” Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y lo adoraron. Entonces Jesús les dijo: “No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán””. Mateo 28:9-10.—El Deseado de Todas las Gentes, 735-736 (1898). HD 65.2