Hijas de Dios

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María, madre de Jesús

Este capítulo está basado en los cuatro Evangelios.

Cuando la Majestad del cielo llegó en la forma de una criatura y le fue confiada a María, ella no tenía mucho que ofrecer por ese precioso don. No podía presentar exóticos presentes, como los sabios de oriente que fueron a Belén. Solo llevó un par de tórtolas, la ofrenda indicada para los pobres; pero el Señor la consideró un sacrificio aceptable. La madre de Jesús no fue rechazada debido a la pequeñez de su ofrenda, porque el Señor mira la voluntad del corazón. Su amor la transformó en una dulce ofrenda. De la misma manera, Dios aceptará nuestra ofrenda aunque sea pequeña, si es todo lo que con amor podemos ofrecerle.—The Review and Herald, 9 de diciembre de 1890. HD 47.1

El sacerdote cumplió la ceremonia oficial. Tomó al niño en sus brazos, y lo sostuvo delante del altar. Después de devolverlo a su madre, inscribió el nombre “Jesús” en el rollo de los primogénitos. No sospechó, al tener al niñito en sus brazos, que se trataba de la Majestad del cielo, el Rey de gloria. No pensó que ese niño era Aquel de quien Moisés escribiera: “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable”. Hechos 3:22. No pensó que ese niño era Aquel cuya gloria Moisés había pedido ver. Pero el que estaba en los brazos del sacerdote era mayor que Moisés; y cuando dicho sacerdote registró el nombre del niño, registró el nombre del que era el fundamento de toda la economía judaica [...]. HD 47.2

María esperaba el reinado del Mesías en el trono de David, pero no veía el bautismo de sufrimiento por cuyo medio debía ganarlo. Simeón reveló el hecho de que el Mesías no iba a encontrar una senda expedita por el mundo. En las palabras dirigidas a María: “Una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35), Dios, en su misericordia, dio a conocer a la madre de Jesús la angustia que por él ya había empezado a sufrir.—El Deseado de Todas las Gentes, 36-39 (1898). HD 47.3

El niño Jesús no recibió instrucción en las escuelas de las sinagogas. Su madre fue su primera maestra humana. De labios de ella y de los rollos de los profetas, aprendió las cosas celestiales. Las mismas palabras que él había hablado a Israel por medio de Moisés, le fueron enseñadas sobre las rodillas de su madre. Y al pasar de la niñez a la adolescencia, no frecuentó las escuelas de los rabinos. No necesitaba la instrucción que podía obtenerse de tales fuentes, porque Dios era su instructor [...]. HD 47.4

Entre los judíos, el año duodécimo era la línea de demarcación entre la niñez y la adolescencia. Al cumplir ese año, el niño hebreo era llamado hijo de la ley y también hijo de Dios. Se le daban oportunidades especiales para instruirse en la religión, y se esperaba que participase en sus fiestas y ritos sagrados. De acuerdo con esta costumbre, Jesús hizo en su niñez una visita de Pascua a Jerusalén. Como todos los israelitas devotos, José y María subían cada año para asistir a la Pascua; y cuando Jesús tuvo la edad requerida, lo llevaron consigo [...]. HD 47.5

Por primera vez, el niño Jesús miraba el templo. Veía a los sacerdotes con sus blancas vestiduras cumplir su solemne ministerio. Contemplaba la sangrante víctima sobre el altar del sacrificio. Juntamente con los adoradores, se inclinaba en oración mientras que la nube de incienso ascendía delante de Dios. Presenciaba los impresionantes ritos del servicio pascual. Día tras día, veía más claramente su significado. Todo acto parecía ligado con su propia vida. Se despertaban nuevos impulsos en él. Silencioso y absorto, parecía estar estudiando un gran problema. El misterio de su misión se estaba revelando al Salvador. HD 48.1

Arrobado en la contemplación de estas escenas, no permaneció al lado de sus padres. Buscó la soledad. Cuando terminaron los servicios pascuales, se demoró en los atrios del templo; y cuando los adoradores salieron de Jerusalén, él fue dejado atrás. HD 48.2

En esta visita a Jerusalén, los padres de Jesús desearon ponerle en relación con los grandes maestros de Israel [...], una dependencia del templo servía de local para una escuela sagrada, semejante a las escuelas de los profetas. Allí rabinos eminentes se reunían con sus alumnos, y allí se dirigió el niño Jesús. Sentándose a los pies de aquellos sabios y solemnes hombres, escuchaba sus enseñanzas.—El Deseado de Todas las Gentes, 50-58 (1898). HD 48.3

Aquellos hombres sabios se sorprendieron de las preguntas que el niño Jesús les hacía. Querían animarlo en el estudio de la Biblia y a la vez querían saber cuánto conocía de las profecías; por eso le hicieron tantas preguntas. Y tanto ellos como sus padres se sorprendieron de sus respuestas. Durante una pausa, María, la madre de Jesús, se acercó a su hijo y le preguntó: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia”. Entonces, una divina luz se reflejó en el rostro de Jesús, y levantando su mano, dijo: ““¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” Pero ellos no entendieron lo que les dijo”. Lucas 2:48-50. Aunque no entendieron el significado de sus palabras, sabían que era un buen hijo y que estaría sujeto a sus mandatos. Aunque era el Hijo de Dios, “volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos”. Y aunque su madre no entendía lo que él había dicho, sin embargo, “guardaba todas estas cosas en su corazón”.—The Youth’s Instructor, 28 de noviembre de 1895. HD 48.4

Jesús esperaba dirigir la atención de José y María a las profecías referentes a un Salvador que habría de sufrir, mientras volviese solo con ellos de Jerusalén. En el Calvario, trató de aliviar la pena de su madre. En estos momentos también pensaba en ella. María había de presenciar su última agonía, y Jesús deseaba que ella comprendiese su misión, a fin de que fuese fortalecida para soportar la prueba cuando la espada atravesara su alma. Así como Jesús había estado separado de ella y ella lo había buscado con pesar tres días, cuando fuese ofrecido por los pecados del mundo, lo volvería a perder tres días. Y cuando saliese de la tumba, su pesar se volvería a tornar en gozo. ¡Pero cuánto mejor habría soportado la angustia de su muerte si hubiese comprendido las Escrituras hacia las cuales trataba ahora de dirigir sus pensamientos!—El Deseado de Todas las Gentes, 62 (1898). HD 49.1

Durante doce años de su vida había caminado por las calles de Nazaret y había trabajado con José en su taller cumpliendo con sus deberes de hijo. Hasta entonces no había dado muestras de su carácter peculiar, ni había manifestado su misión en la tierra como Hijo de Dios. Fue en esta ocasión cuando les hizo saber a sus padres que tenía una misión más sagrada y elevada de lo que ellos habían pensado. Había de hacer una obra encomendada por el mismo Padre celestial. María sabía que Jesús había reclamado una relación filial con el Eterno y no con José. Quedó perpleja; no podía comprender plenamente su declaración acerca de su misión, y se preguntaba si alguien le habría dicho a Jesús que José no era su verdadero padre, sino que Dios lo era. María guardaba todas estas cosas en su corazón.—The Youth’s Instructor, 13 de julio de 1893. HD 49.2

María creía en su corazón que el santo niño nacido de ella era el Mesías prometido desde hacía tanto tiempo; y, sin embargo, no se atrevía a expresar su fe. Durante toda su vida terrenal compartió sus sufrimientos. Presenció con pesar las pruebas a él impuestas en su niñez y juventud. Por justificar lo que ella sabía ser correcto en su conducta, ella misma se veía en situaciones penosas. Consideraba que las relaciones del hogar y el tierno cuidado de la madre sobre sus hijos eran de vital importancia en la formación del carácter. Los hijos y las hijas de José sabían esto, y apelando a su ansiedad, trataban de corregir las prácticas de Jesús de acuerdo con su propia norma.—El Deseado de Todas las Gentes, 69 (1898). HD 49.3

La vida de Cristo estaba señalada por el respeto, el amor y la devoción hacia su madre. Ella a menudo lo reconvenía, pidiéndole que concediera algunos de los deseos de sus hermanos. Estos no podían persuadirle a cambiar sus hábitos de vida que incluían la contemplación de las obras de Dios, las manifestaciones de solidaridad y compasión hacia el pobre, el sufriente y el desafortunado, y el deseo de aliviar el sufrimiento tanto de los hombres como de los animales. Cuando los sacerdotes y gobernantes querían persuadir a María que obligara a su hijo a cumplir con las ceremonias y tradiciones, ella se sentía muy afligida. Pero cuando su hijo presentaba claras declaraciones de la Escritura que apoyaban sus prácticas, la paz y la confianza volvían a su atribulado corazón.—The Signs of the Times, 6 de agosto de 1896. HD 50.1

Desde el día en que recibió el anunció del ángel en su hogar de Nazaret, María había atesorado toda evidencia de que Jesús era el Mesías. Su vida de mansedumbre y abnegación le aseguraba que él no podía ser otro que el enviado de Dios. Sin embargo, también a ella le asaltaban dudas y desilusiones, y anhelaba el momento de la revelación de su gloria. La muerte la había separado de José, quien había compartido con ella el conocimiento del misterio del nacimiento de Jesús. Ahora no había nadie a quien pudiese confiar sus esperanzas y temores. Los últimos dos meses habían sido de mucha tristeza. Ella había estado separada de Jesús, en cuya simpatía hallaba consuelo; reflexionaba en las palabras de Simeón: “Una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35); recordaba los tres días de agonía durante los cuales pensaba que había perdido para siempre a Jesús, y con ansioso corazón anhelaba su regreso.—El Deseado de Todas las Gentes, 118-119 (1898). HD 50.2

Esta madre viuda se había afligido por los sufrimientos que Jesús había soportado durante su soledad. El hecho de saber que era el Mesías le había producido gozo, tanto como profunda tristeza. Y aunque al encontrarlo en la fiesta de bodas le parecía ver al mismo hijo tierno y servicial, sin embargo no era el mismo, porque su rostro había cambiado; ella ve los rastros de su fiero conflicto en el desierto de la tentación, y una nueva expresión de santa y gentil dignidad daba evidencia de su elevada misión. Lo acompañaba un grupo de jóvenes, cuyos ojos lo seguían con reverencia, y quienes lo llamaban Maestro. Estos compañeros relataron a María las maravillas que habían presenciado, no solo en su bautismo, sino en numerosas ocasiones, y concluyeron diciendo: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como en los profetas”. Juan 1:45.—The Spirit of Prophecy 2:100 (1877). HD 50.3

María había oído hablar de la manifestación hecha a orillas del Jordán, en ocasión de su bautismo. Las noticias habían sido llevadas a Nazaret, y le habían hecho recordar las escenas que durante tantos años había guardado en su corazón. En común con todo Israel, María quedó profundamente conmovida por la misión de Juan el Bautista. Bien recordaba ella la profecía hecha en ocasión de su nacimiento. Ahora la relación que había tenido con Jesús volvía a encender sus esperanzas. Pero también le habían llegado noticias de la partida misteriosa de Jesús al desierto, y le habían oprimido presentimientos angustiosos [...]. HD 51.1

Al reunirse los convidados, muchos parecían preocupados por un asunto de interés absorbente. Una agitación reprimida parecía dominar a la compañía. Pequeños grupos conversaban en voz baja, pero con animación, y miradas de admiración se dirigían hacia el Hijo de María. Al oír María el testimonio de los discípulos acerca de Jesús, la alegró la seguridad de que las esperanzas que alimentara durante tanto tiempo no eran vanas. Sin embargo, ella habría sido más que humana si no se hubiese mezclado con su santo gozo un vestigio del orgullo natural de una madre amante. Al ver como las miradas se dirigían a Jesús, ella anheló verlo probar a todos que era realmente el honrado de Dios. Esperaba que hubiese oportunidad de realizar un milagro delante de todos [...]. HD 51.2

Pero aunque María no tenía una concepción correcta de la misión de Cristo, confiaba implícitamente en él. Y Jesús respondió a esta fe. El primer milagro fue realizado para honrar la confianza de María y fortalecer la fe de los discípulos. Estos iban a encontrar muchas y grandes tentaciones a dudar. Para ellos las profecías habían indicado, fuera de toda controversia, que Jesús era el Mesías. Esperaban que los dirigentes religiosos lo recibiesen con una confianza aun mayor que la suya. Declaraban entre la gente las obras maravillosas de Cristo y su propia confianza en la misión de él, pero se quedaron asombrados y amargamente chasqueados por la incredulidad, los arraigados prejuicios y la enemistad que manifestaron hacia Jesús los sacerdotes y rabinos. Los primeros milagros del Salvador fortalecieron a los discípulos para que se mantuviesen firmes frente a esta oposición [...]. HD 51.3

En aquellos tiempos era costumbre que las festividades matrimoniales durasen varios días. En esta ocasión, antes que terminara la fiesta, se descubrió que se había agotado la provisión de vino. Este descubrimiento ocasionó mucha perplejidad y pesar. Era algo inusitado que faltase el vino en las fiestas, pues esta carencia se habría interpretado como falta de hospitalidad. Como pariente de las partes interesadas, María había ayudado en los arreglos hechos para la fiesta, y ahora se dirigió a Jesús diciendo: “No tienen vino”. Estas palabras eran una sugestión de que él podría suplir su necesidad. Pero Jesús contestó: “¿Qué tiene que ver esto con nosotros, mujer? Aún no ha llegado mi hora”. Juan 2:3-4 [...]. HD 51.4

En ninguna manera desconcertada por las palabras de Jesús, María dijo a los que servían a la mesa: “Haced todo lo que él os diga”. Así hizo lo que pudo para preparar el terreno para la obra de Cristo.—El Deseado de Todas las Gentes, 119-121 (1898). HD 52.1

“Después de esto descendieron a Capernaúm, él, su madre, sus hermanos, y sus discípulos; y estuvieron allí no muchos días. Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén”. Juan 2:12-13. HD 52.2

“Entre tanto, llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo. Entonces la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: “Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan””. Marcos 3:31-32. HD 52.3

No es claro en la Biblia ni en el Espíritu de Profecía si María se vio nuevamente con Jesús antes de su crucifixión, y si así hubiera sido, cuán a menudo se encontraron. HD 52.4

“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí”. Lucas 23:33 [...]. HD 52.5

Una vasta multitud siguió a Jesús desde el pretorio hasta el Calvario. Las nuevas de su condena se habían difundido por todo Jerusalén [...]. Al llegar al lugar de la ejecución, los presos fueron atados a los instrumentos de tortura [...]. La madre de Jesús, sostenida por el amado discípulo Juan, había seguido las pisadas de su Hijo hasta el Calvario. Le había visto desmayar bajo la carga de la cruz, y había anhelado sostener con su mano la cabeza herida y bañar la frente que una vez se reclinara en su seno. Pero se le había negado este triste privilegio [...]. Su corazón volvió a desfallecer al recordar las palabras con que Jesús había predicho las mismas escenas que estaban ocurriendo [...]. ¿Debería ella renunciar a su fe de que Jesús era el Mesías? ¿Tendría ella que presenciar su oprobio y pesar sin tener siquiera el privilegio de servirle en su angustia? Vio sus manos extendidas sobre la cruz; se trajeron el martillo y los clavos, y mientras estos se hundían a través de la tierna carne, los afligidos discípulos apartaron de la cruel escena el cuerpo desfalleciente de la madre de Jesús.—El Deseado de Todas las Gentes, 690-692 (1898). HD 52.6

Los ojos de Jesús recorrieron la multitud que se había reunido para presenciar su muerte. Allí, al pie de la cruz, estaba Juan sosteniendo a María, su madre. Había venido a esa terrible escena, porque no podía continuar alejada de su Hijo. Y la última lección que Jesús enseñó, estuvo relacionada al amor filial. Mirando primeramente el rostro angustiado de su madre y después el de Juan, le dijo a la primera: “Mujer, he ahí tu hijo”; y al discípulo: “He ahí tu madre”. Juan 19:26-27. Juan entendió perfectamente las palabras de Jesús y la misión sagrada que este le había confiado. Inmediatamente retiró a la madre de Cristo de la angustiosa escena del Calvario. Y desde aquella hora cuidó de ella llevándola a su propio hogar y prodigándole los cuidados de un hijo amante. ¡Qué misericordioso Salvador! En medio de su sufrimiento físico y su angustia mental, tuvo un pensamiento tierno y cuidadoso hacia la madre que lo había traído al mundo. No tenía dinero que ofrecerle para asegurar su futuro, pero la confió al cuidado de su amado discípulo, quien la aceptó como un sagrado legado. Este pedido resultaría en gran bendición para Juan, ya que le recordaría constantemente a su amado Maestro.—The Spirit of Prophecy 3:160-161 (1878). HD 53.1