Hijos e Hijas de Dios

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Potestad sobre las gentes, 25 de diciembre

Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones. Apocalipsis 2:26. HHD 368.1

Fue nuestro Señor mismo quien prometió a sus discípulos: “Si yo fuere y os preparare el lugar, vendré otra vez, y os recibiré conmigo”. El compasivo Salvador fue quien, previniendo el abandono y el dolor de sus discípulos, encargó a los ángeles que los consolaran con la seguridad de que volvería en persona, como había subido al cielo. Mientras los discípulos estaban mirando con ansia al cielo para percibir la última vislumbre de Aquel a quien amaban, fue atraída su atención por las palabras: “¡Varones galileos, ¿por qué os quedáis mirando así al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá del mismo modo que le habéis visto ir al cielo!” El mensaje de los ángeles reavivó la esperanza de los discípulos. “Volvieron a Jerusalén con gran gozo: y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios”. No se alegraban de que Jesús se hubiese separado de ellos ni de que hubiesen sido dejados para luchar con las pruebas y tentaciones del mundo, sino porque los ángeles les habían asegurado que él volvería. HHD 368.2

La proclamación de la venida de Cristo debería ser ahora tal como la que fue hecha por los ángeles a los pastores de Belén, es decir, buenas nuevas de gran gozo. Los que aman verdaderamente al Salvador no pueden menos que recibir con aclamaciones de alegría el anunció fundado en la Palabra de Dios de que Aquel en quien se concentran sus esperanzas para la vida eterna volverá, no para ser insultado, despreciado y rechazado como en su primer advenimiento, sino con poder y gloria, para redimir a su pueblo.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 387, 388. HHD 368.3