Hijos e Hijas de Dios

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La aflicción nos hace fervorosos, 10 de septiembre

Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra. Salmos 119:67. HHD 262.1

El Señor considera de supremo valor la santidad de su pueblo, y permite que sobrevengan reveses sobre individuos, familias e iglesias, con el propósito de que su pueblo pueda discernir el peligro en que se halla y se sienta inducido a humillar su corazón en arrepentimiento delante de él. Tratará con ternura a los que yerran. Les dirigirá palabras de perdón y los vestirá con el manto de la justicia de Cristo. Los honrará con su presencia. Hoy, en el gran día de la expiación, es nuestro deber confesar nuestros pecados y reconocer la misericordia y el amor de Dios al perdonar nuestras transgresiones. Agradezcamos a Dios por las amonestaciones que nos ha dado para salvarnos de nuestros perversos caminos. Ofrezcamos un testimonio de su bondad manifestando un cambio en nuestra vida. Si se arrepienten aquellos a quienes el Señor ha enviado reprensiones, advirtiéndoles por ese medio que no están andando por el camino que él trazó, y con humildad y contrición de corazón confiesan su falta, de cierto que podrán contar otra vez con el favor del Señor... HHD 262.2

Una gran hora de prueba está ante nosotros. Tócanos pues emplear todas nuestras capacidades y dones para contribuir al progreso de la obra de Dios. Hemos de emplear todos los talentos que Dios nos ha dado para construir, no para desanimar y derribar... En todos los períodos de la historia de la iglesia, los mensajeros escogidos por Dios se han expuesto al vituperio y la persecución por causa de la verdad. Pero dondequiera se vean obligados a ir sus discípulos, aun cuando, como el discípulo amado, sean desterrados a una isla solitaria, Cristo sabrá dónde están y los fortalecerá y bendecirá, llenándolos de paz y gozo.—General Conference Bulletin (1900). HHD 262.3