Hijos e Hijas de Dios

20/374

Más fuerte que el enemigo, 19 de enero

¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Salmos 24:8. HHD 27.1

Cristo era fuerte para salvar a todo el mundo. Quería salvar a todos. No podía soportar el pensamiento de que alguien se perdiera. Lloró junto a la tumba de Lázaro debido a que no le iba a ser posible salvar a todos aquellos a quienes el poder de Satanás había hundido en la muerte. Se dio a sí mismo en rescate por muchos, a saber, por todos aquellos que quisieran aprovechar del privilegio de volver a ser leales a Dios... Cuando resucitó a Lázaro de la tumba, sabía que por esa vida debía pagar el rescate en la cruz del Calvario. Cada rescate que se hiciera le iba a producir la más profunda humillación. Debía probar la muerte por todos los hombres. HHD 27.2

En su vida en la tierra, Cristo desarrolló un carácter perfecto, rindió perfecta obediencia a los mandamientos de su Padre. Al venir a este mundo en forma humana, al convertirse en súbdito de la ley, al revelar a los hombres que él llevaba sus enfermedades, sus dolores, su culpa, no se convirtió en pecador. Pudo decir delante de los fariseos: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Ni una mancha de pecado se encontró en él. Se mantuvo frente al mundo como el inmaculado Cordero de Dios. HHD 27.3

A la luz de su exaltada pureza, el Redentor del mundo pudo ver que las enfermedades que sufría la familia humana eran el resultado de la transgresión de la ley de Dios. Podía descubrir la fuente de cada sufrimiento. En cada caso leía el triste y terrible fin de los pecadores impenitentes. Se dio cuenta de que sólo él podía rescatarlos del profundo foso en que habían caído. Sólo él podía poner sus pies en la senda recta; sólo su perfección podía contrarrestar su imperfección.—The Youth’s Instructor, 29 de diciembre de 1898. HHD 27.4